Lo que circula por los medios

Registro de una época...
Powered By Blogger

28 de junio de 2008

MUJERES: cacerolas y envidia "de mujer a mujer"












La mujer peronista





Sandra Russo




Recibí por correo electrónico una “carta de una ciudadana a CFK”, que alguien que no conozco me mandó, supongo que para esclarecerme. La carta está completamente exenta de cualquier argumento interesante o sostenible más allá de un rechazo visceral, pero está sostenida en un aparente “de mujer a mujer”. Y es así, “de mujer a mujer”, que en estos días aflora la más descarnada misoginia.

La carta en cuestión es apenas un ingrediente más en este festival de conchudez (perdón por el término, pero es el más preciso que se me ocurre). No es el eje, no es el centro ni el núcleo de este conflicto, pero sí es un rasgo importante el hecho de que en el amplio espectro opositor sean mujeres las que se “descarguen” contra la Presidenta con diversos argumentos y en diferentes tonos, con diversos grados de inteligencia y propiedad. Hay algo en la feminidad de la Presidenta que irrita sobremanera a otras mujeres, mucho más que a los hombres.

En esta carta, la ciudadana en cuestión afirmaba que “Señora: estamos en el año 2008, hace casi una década que hemos comenzado el nuevo milenio, ya ninguna mujer occidental, profesional y dirigente se siente discriminada por ser mujer”. Qué loco, pienso, si todavía ni siquiera se ha rozado la primera y básica reivindicación de género, que es a igual trabajo, igual salario. Las mujeres seguimos ganando menos dinero por el mismo trabajo que hace un hombre. ¿Que “ninguna” mujer “occidental, profesional o dirigente” se siente ya discriminada por su género? Primero, eso no es cierto. Y segundo, la mayoría de las mujeres argentinas serán occidentales por la fuerza, pero no son ni profesionales ni dirigentes. ¿Y ellas? Que se queden allí, en la invisibilidad, y que no jodan.

No voy a transcribir párrafos de esa carta porque finalmente es solamente una carta de una mujer con nombre y apellido, difundida por otras mujeres con nombre y apellido que se sienten identificadas con su contenido. Pero sí me gustaría subrayar que esta operación de odio y resentimiento repta como una serpiente en los interiores de muchas mujeres que no discuten ideología ni política: discuten género. Esto es lo inconcebible. Porque es una patraña. El género, naturalmente, es el caramelito que les ofrece a esas mujeres el pensamiento conservador y patriarcal para roer la realidad desde sus más bajos instintos.

Hemos trabajado y defendido la perspectiva de género desde hace muchos años, pero estos días renuevan el interés en este extraño fenómeno de mujeres que detestan a la Presidenta porque está en un lugar que les parece inmerecido e inapropiado. En la carta, la airada ciudadana hasta le niega a la Presidenta el derecho de reivindicarse como la primera mujer en ser electa para ese cargo. La homologa con Isabel (bueno, Carrió también lo hace cuando la dejan: compara a Cristina con Isabel, por un lado; y se abandona a toda su capacidad de resentimiento, por el otro). Y con Evita. “No nos engaña… es un viejo símbolo del peronismo ortodoxo ‘la mujer peronista’ al lado de su pueblo y de su hombre, que le posibilita la vanidad del poder.”

¿Qué hay con esa mujer peronista al lado de su pueblo y de su hombre? ¿Qué hay con haber llegado al lugar con el que se soñó? ¿Qué hay con ejercer el poder, qué problema intrínseco, profundo y necio hay con ejercer el poder, que a una mujer sólo le está permitido acercarse a él a través de “la vanidad”?

Las mujeres hemos peleado mucho por alcanzar lugares que están fuera del control de nuestros hombres. Es más: hemos peleado también por tener un nombre propio que nos designe y por ser quienes somos más allá del hombre que tengamos al lado. Pero hemos de concluir, al menos provisoriamente, que en nuestras peleas de género no hemos dimensionado en toda su espantosa y falsa naturaleza esa mirada turbia, envidiosa y capaz de todo que sale disparada de ojos con rimel y corazones de hielo.

http://www.sandrarusso.com.ar/2008/06/16/la-mujer-peronista/







































Sábado, 28 de Junio de 2008


El vestido de terciopelo



Por Sandra Russo


Leía esta semana, en el blog El boomerang, una nota de Marcelo Figueras en la que mencionaba “Las Ménades”, el cuento de Cortázar en el que un grupo de mujeres escucha un concierto de música clásica que las desborda de emoción, embargadas por un goce artístico “bestial”, desmesurado. O quizá no se trate sólo de público que disfruta “bestialmente” de la Alta Cultura, sino de mujeres que se identifican, aunque “bestialmente”, con la delicadeza, la profundidad y la armonía de la música. Buena lectura en estos días en los que con actitudes bestiales se habla de democracia y se pechea.

Ahí está “la fricción de la ficción”: la música, que calma a las fieras, despierta a esas mujeres.
Figueras recordó ese cuento, lo releyó, y según escribe en su nota, advirtió que él vio a “las ménades” estas últimas semanas. Que las vio con cacerolas, enojadas, gritando por la calle; que las vio insultando con sus boquitas pintadas (también Puig podría tener la palabra en esta materia), escupiendo barbaridades.

En momentos de confusión, como éste, uno recurre a sus autores queridos y admirados para intentar entender un poco más precisamente lo que no se dice, lo que no se grita, lo que no se escupe. Es la fricción de la ficción la que permite siempre, pero a veces muy urgentemente, ver y escuchar, comprender lo que a simple vista preserva en secreto sus contradicciones.

No casualmente, mientras Figueras releía a Cortázar, en el taller de escritura releíamos a Silvina Ocampo. Ni Cortázar ni Silvina Ocampo fueron peronistas, pero los dos fueron enormes narradores que lograron capturar, en algunas de sus ficciones, eso que está en el aire y hoy se huele, se sigue oliendo, eso argentino que lastima o está lastimado, esa furia sorda que despierta en la “gente bien” esa otra gente extraña, capaz de cualquier tropelía, canallada, estafa o mentira.

En “El vestido de terciopelo”, un cuento breve y maravilloso, la narradora es una niña de ocho años que va a todas partes con Casilda, su vecina modista. No se sabe por qué la niña acompaña a la modista, pero las clientas de Barrio Norte la toman por su hija. “¿Por qué no le coloca una piedra sobre la cabeza para que no crezca? De la edad de nuestros hijos depende nuestra juventud”, le dice la señora del departamento de la calle Ayacucho a Casilda. Tal es su talante, su ternura, su predisposición hacia la niña que viene de Burzaco. “¡Qué suerte que tienen de vivir en las afueras de Buenos Aires! Allí no hay hollín, por lo menos. Habrá perros rabiosos y quema de basura...”, reflexiona en voz alta, como si la modista y la niña, por proceder de tan lejos, no merecieran su buena educación. Delante de Casilda y de la niña la señora dice todo lo que se le pasa por la cabeza.

La modista está haciéndole un vestido de terciopelo negro con un dragón, también negro, bordado con lentejuelas en un costado. El diseño del vestido es apretado, y la señora soporta con dificultad las pruebas. Es un día de calor. El terciopelo es tu tela preferida, la elige entre todas, por su distinción y su sobriedad. La señora está por viajar a Europa, donde todo es “blanco, limpio y brillante”. Pero el terciopelo se le pega a la piel, no se desliza por ella, la señora se sofoca, le falta el aire. La señora es víctima de sus preferencias. Le cuenta a la modista que las flores que más la atraen son los nardos. “¿Le gusta el nardo? Es tan triste”, apenas puede argumentar Casilda, que no comprende por qué la señora no le hizo caso cuando ella le sugirió la seda natural, e insistió con el terciopelo. “El nardo es mi flor preferida, y sin embargo me hace daño”, dice la señora. El olor del nardo la descompone. Casilda no comprende a esa mujer que vive en el departamento de la calle Ayacucho. El terciopelo también le hace daño. La eriza. Le hace rechinar los dientes. “Me atrae aunque a veces me repugne”, dice la señora.

En una de las capas de sentido de “El vestido de terciopelo”, Silvina Ocampo describió el choque entre la cultura de un Barrio Norte exquisito, no el de ahora, y aquella que llegaba en forma de mano de obra barata desde el Gran Buenos Aires, en épocas del peronismo. El peronismo había cometido el error imperdonable de hacer visibles a los que estaban en las sombras de los basurales y a merced de los perros rabiosos. Esa gente toda parecida, esa gente extraña, vulnerable a veces y brutal tantas otras, era portadora de un perfume que repugnaba a la señora, como los nardos.

Es el vestido lo que Casilda le trae a la señora, el vestido de terciopelo hecho con sus propias manos y a pedido, el vestido con el dragón de lentejuelas bordado y tan ceñido al cuerpo que cuando la señora se lo prueba por segunda vez, cae redonda. La niña de ocho años ve desplomarse a la señora después de que ésta le ha dicho: “Cuando seas grande te gustará llevar un vestido de terciopelo, ¿no es cierto?”, y ella ha contestado que sí, pero le ha contado al lector, no a la señora: “Sentí que el terciopelo de ese vestido me estrangulaba el cuello con manos enguantadas”.

Antes de caer, la señora ha querido sacárselo, pero el calor y la textura pegajosa de la tela se lo han impedido. La señora no podrá sacárselo. Eso que le han traído de Burzaco, esa prenda de lujo cosida sin embargo a la luz de una bombita cerca de un basural, se le ha quedado adherido a la piel. Lo que ha llegado de Burzaco es parecido a un caballo de Troya, pero en lugar de un ejército enemigo, lo que trae es asfixia.

Mientras cae, la señora alcanza a decir: “Es maravilloso el terciopelo, pero pesa. Es una cárcel”. A la señora la matan sus elecciones. Ella no es libre de decidir qué le gusta. El cuento habla, además, de la cárcel del buen gusto y de la cárcel de una clase.

La niña ve en el piso a la señora, pero lo que ve es el dragón, que se retuerce. Lo ve como un animal que se mueve sin orden y sin espectadores. La niña no ha sido tratada como una persona y no es una persona lo que ella ve moverse, ahogada, bajo esa tela pesada y engañosa. La señora muere ante los ojos de Casilda y la niña, que sin embargo no tiene un solo motivo para compadecerse de ella. Cuando el dragón queda inmóvil, Casilda dice: “Ha muerto. ¡Me costó tanto hacer ese vestido!”

“El vestido de terciopelo” tiene por tema, así, no un desencuentro, sino un encuentro repelido, amenazante. Del conurbano vienen ellas, las que trabajan para la señora, y a Barrio Norte llegan ellas, para ver cómo se vive mejor, distinto, y sin embargo mal. La señora vive tan mal que muere. La peripecia del cuento es la de ese falso contacto entre dos mundos que no se quieren, no se interesan y no se compadecen. Y Ocampo logra narrar con una crudeza atroz ese desprecio que iría encontrando otras formas en la historia. No hay puentes tendidos, ni lenguaje ni lugares comunes entre la señora y la modista. Hay resentimiento sordo y de ida y vuelta. Un resentimiento del que somos todavía rehenes.

Casilda y la niña reaccionan en toda su dimensión amenazante cuando ven caer muerta a la señora. Es apenas un cuerpo que yace adentro del vestido. No es alguien de su misma condición quien muere, y no se trata de una condición social, sino casi animal: no reconocen en la señora a alguien de su misma especie, así como ellas eran, para la señora, criaturas venidas del basural, donde ladran los perros rabiosos.


http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-106864-2008-06-28.html


relacionadas:





ponele vos título a la foto - Qué título le pones??

0 comentarios:

Blog Archive