Los postergados y la auspiciosa irreverencia de la Presidenta
Buenos Aires Económico
Por Eduardo Anguita
Los postergados y la auspiciosa irreverencia de la Presidenta
26-09-2008 / “Para ver lo que pasa en un país, no es suficiente con leer los periódicos”.
Eduardo Anguita
Presentarse en el Council of Americas –o America’s Society, como prefieren llamarla sus miembros– es un desafío múltiple para quienes no son devotos de los programas neoliberales. El día anterior a la visita de Cristina Fernández había disertado el colombiano Álvaro Uribe, aliado incondicional de las políticas de la Casa Blanca.
Para entender el ambiente que rodea al Council basta recordar que su presidente honorario es David Rockefeller y su presidente en ejercicio es William Rhodes. Por supuesto, ambos no están en el día a día, porque cuentan para ello con su Chief Executive Ofice Susan Segal. Rockefeller, un patriarca multimillonario, fue el fundador del Chase Manhattan Bank, ahora devenido JP Morgan Chase, uno de los bancos golpeados por esta crisis.
No siempre quienes declaman la competencia privada la cumplen: a mediados de marzo, el banco de los Rockefeller recibía miles de millones de dólares para absorber al Bear Stearns. Sin embargo, a mediados de agosto había reportado pérdidas por 1.500 millones de dólares a causa de la burbuja inmobiliaria. Con respecto a Rhodes, preside el Citigroup y el Citibank, otro gigante de las finanzas y considerado principal competidor del Chase y también afectado por el vendaval de Wall Street.
Tanto Rockefeller como Rhodes son nativos de Nueva York y son los promotores de un sinnúmero de fundaciones, de actividades artísticas y culturales en la Gran Manzana. Además del mecenazgo practican la integración de lo que, para ellos, son los líderes del mundo. Hace 30 años impulsaron la creación del G-30, integrado por tres decenas de hombres y mujeres de distintos lugares.
Actualmente integran el G-30, entre otros, Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal norteamericana; Jean Claude Trinchet, presidente del Banco Central Europeo, y Zhou Xiaochuan, presidente del Banco del Pueblo de China. Además de ejecutivos multimillonarios tiene en su seno al intelectual neokeynesiano –conocido por sus columnas en el New York Times– Paul Krugman.
Esta introducción es porque no es para inadvertidos esto de ir a disertar a una de las catedrales del poder financiero mundial en un momento en el que algunos analistas consideran que el problema no son las hipotecas sino el modelo. Joseph Stiglitz –quien aconsejó a Néstor Kirchner y a la actual Presidenta en varias oportunidades respecto de qué hacer con la deuda externa– no anduvo con vueltas: la caída del Muro de Berlín fue a la Unión Soviética lo que la caída de los bancos de inversión puede ser para el modelo global actual.
Cristina en el Council. Algunos analistas pensaron que tras el anticipo del plan para los bonistas en la sede del Nasdaq y el discurso en el pleno de Naciones Unidas, las apariciones de la Presidenta tendrían poca trascendencia. Otros, especialmente Joaquín Morales Solá, machacaron con su idea fuerza: que cuente en qué consiste el plan de los bancos pero que, por favor, no predique, no opine.
Desde ya, porque sus conceptos lesionan esa costumbre de reverenciar además de conceder a los intereses de los poderosos. Pero Cristina no perdió oportunidad de decir lo que muchos líderes mundiales piensan y no pocos expresan. Por ejemplo, como dijo en un almuerzo con empresarios en el lujoso Waldorf Astoria antes de ir al Council: “No creemos en esa fantasía que nos contaron desde el Consenso de Washington”.
Ayer a la tarde, una vez más sin libreto, la Presidenta explicó la marcha de la economía en la Argentina, defendiendo los logros de seis años consecutivos y también habló sobre lo que pasa en esa Gran Manzana y ese ¿gran país? Dijo que la crisis norteamericana se originó por la creencia de que “se podía sustituir lo que es el eje mismo: producir bienes y servicios”. Y que se podía “reproducir al dinero independientemente de pasar por los circuitos de bienes y servicios”.
Pero no fue en una conversación reservada con otros latinoamericanos sino, vale la pena subrayarlo aunque resulte pesado, en una de las catedrales donde los magnates suelen oír a quienes agradecen las bondades del sistema. Cristina hasta vaticinó: “Lo que sucede aquí no es el fin del capitalismo, va a venir otro capitalismo basado esencialmente en la economía real que hizo grande a este país”.
Tras el discurso, los periodistas norteamericanos tenían oportunidad de hacer tres preguntas. Ninguna fue complaciente. Y las respuestas menos.
– “¿La Argentina tiene un Plan B?", disparó una cronista haciendo gala de una síntesis maravillosa, porque en una elipsis monumental dio por sentado que todo lo hecho hasta el momento en este país latinoamericano naufragaba.
La respuesta, quizá, quedará como la frase más fuerte de esta prolongada estadía en Nueva York –“El plan B lo necesitan ustedes”, contestó Cristina. En un poder de síntesis que, no cabe duda, debe haber retumbado en el majestuoso edificio de Park Avenue. El “ustedes” supone un “nosotros”. Y en el “ustedes” estaban incluidos los ciudadanos de a pie, los líderes, la cronista y unos cuantos millones de norteamericanos que sacaron hipotecas sin pensar que sus ingresos serían limados por un creciente gasto de guerra, por un déficit fiscal sin precedentes y con el anuncio de George Bush de un plan de salvamento estatal a un grupo de bancos privados por unos 700 mil millones de dólares que deberán ser aportados por los ciudadanos de ese país.
Las otras preguntas tampoco encontraron respuestas didácticas y amables. Porque, sencillamente, fueron dardos. “¿Por qué cree que el 73 por ciento de los argentinos ven como regular o mala su gestión, según la prensa?” La Presidenta contestó: “Para ver lo que pasa en un país, no es suficiente con leer los periódicos”. La otra estuvo dirigida al cuestionado sistema de medición de precios oficiales. Cristina defendió al Indec y sostuvo que “si los precios aumentan, ya no estaríamos en una distorsión provocada por el Estado, estaríamos ante una distorsión provocada por concentración en los que manejan las variables de precios”. Esto no debe pasar inadvertido: se trató de un desafío directo a quienes, producto de la capacidad de manipular las cadenas de valor, detentan el poder de fijar los precios. Claro, en un sitio donde los magnates dan testimonio de la concentración del poder no parece una fórmula para ganar simpatías.
Por último, ¿alguien puede pensar –como Morales Solá– que se trata de excesos verbales o ganas de pelear por gusto? ¿Acaso defender criterios debilita una negociación? A ver, ¿acaso el Citi –presidido por William Rhodes– no forma parte del club de bancos que interviene en los holdouts? La política, aunque parezca trillado, es el arte de lo posible, es encontrar alternativas dentro de lo que está al alcance. Pero sin perder el lugar, sin fórmulas perversas en las cuales se aplaude al poderoso para quedar presa sólo de sus intereses. Los argentinos tenemos que lamentar demasiadas entregas.
¿No es momento acaso de tratar de fortalecer un camino con más márgenes de soberanía? En el plano interno, las deudas no son pocas. Los postergados y marginados no son pocos. Todavía se necesitan mucha inversión y muchos recursos para revertir la desigualdad. En ese sentido, para quienes sufren postergaciones, también es una buena señal esta cierta irreverencia de la Presidenta ante los poderosos.
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