Al retirarse del cementerio de Río Gallegos donde despidió a su compañero político y sentimental de toda la vida, la presidente CFK entregó una definición que va mucho más allá del momento y el lugar en que la pronunció. “No vamos a cambiar justo ahora”, dijo con una sonrisa a pesar del dolor.
Por Horacio Verbitsky
Desde Río Gallegos
No era necesario ser creyente para sentir emoción durante la sobria y cálida ceremonia con que tres sacerdotes amigos de la familia Kirchner despidieron a Néstor, el viernes en el cementerio municipal de esta ciudad que él condujo, como intendente y gobernador. Todo transcurrió con una intensidad, un decoro y una ternura que ninguno de los privilegiados que pudimos asistir olvidará. Cristina quiso que la acompañara un centenar de personas, entre representantes de organismos defensores de los derechos humanos que llegaron desde Buenos Aires, familiares de Kirchner, unos pocos legisladores a los que siente próximos, como Agustín Rossi o Eduardo Fellner; amigos de toda la vida y compañeros de militancia, de ella, de Néstor y de Máximo Kirchner. En cambio, dispuso que los ministros y funcionarios no abandonaran el trabajo en Buenos Aires, con escasas excepciones como el jefe de gabinete Aníbal Fernández y su vice Juan Manuelito Abal Medina, y aquellos que acompañaron a los Kirchner desde Santa Cruz, como Julio De Vido, Carlos Za-nnini, Héctor Icazuriaga o Nicolás Fernández, o en la militancia setentista, como Carlos Kunkel y El Pampa Alvaro. Algunos que ignoraban la consigna, o que decidieron ignorarla porque necesitaban una foto, debieron volverse del Aeroparque sin asiento en los aviones, como el Procurador del Tesoro, Joaquín Da Rocha, el resistente.
Murió sereno
Mientras aguardaba dentro de la capilla la llegada de la comitiva, el padre de Plaza de Mayo Julio Morresi se acercó a María Ostoic y le dijo que con su hijo se había ido el mejor. “Ya va a venir otro”, respondió la madre del ex presidente, que al filo de sus 90 años mostró una serenidad asombrosa. Contó que en el rostro de su hijo muerto vio una expresión relajada. “Murió sereno.” Como quien reflexiona en voz alta dijo que el acto en el Boxing Club con los gobernadores le sonó como una despedida y que no entendió qué intentaba transmitir Kirchner cuando dijo que volvía a Río Gallegos. “Tal vez así impidió una tragedia mayor”, reflexionó, enigmática. No parecía que estuviera hablando de política. Suspiró y dijo: “Vuelve a la ciudad en la que nació. Los hijos deberían enterrar a los padres y no al revés”. Amigos de Río Gallegos contaron que Kirchner acababa de comprar una parcela en el cementerio local y que la noche anterior a su muerte había hablado de ello con Cristina. Los dos dijeron que no les gustaban los velorios en el Congreso, a cajón abierto, en los que los restos de lo que fue una persona quedan expuestos a las miradas morbosas de cualquiera. En la segunda fila de la nave escuchaba estos comentarios la hija menor de María Ostoic, María Cristina Kirchner, Macris o la verdadera Cristina Kirchner, como bromean los íntimos, a quien acompañaban sus hijos, un morocho fornido de 12 años y una señoritunga pizpireta de 11. Farmacéutica del hospital local, Macris rara vez viaja a Buenos Aires. Todos los Kirchner han heredado la nariz de María Ostoic, pero Macris comparte el rostro romboidal de su sobrino Máximo, a quien se parece más que a sus hermanos Néstor y Alicia. Máximo, que durante más de veinte horas no se separó de su madre en la capilla ardiente, se estremeció con un recuerdo al abrazar a un compañero en Río Gallegos. “Al matar a ese pibe en Constitución también mataron a mi viejo. Estaba indignado. Todos esos tipos tienen que ir en cana”, musitó. Junto con Cristina y sus hijos llegó su hermana, la médica Giselle Fernández. En la capilla también se abrazaron Alessandra Minnicelli, la esposa del encanecido Julio De Vido, quien hace apenas un mes perdió a su hijo Facundo, de 21 años, en un estúpido accidente cuando su auto mordió un cordón y embistió un poste, y la actriz Andrea del Boca. Hace cuarenta años ambas actuaron en Andrea, una película infantil filmada en esa misma ciudad. No habían vuelto a verse desde entonces. Se tenían de la mano, con los ojos empañados por el llanto.
La muy austera ceremonia ocurrió en la capilla del único cementerio de Río Gallegos, que no es privado por si hace falta decirlo, y estuvo a cargo de tres sacerdotes de estrecha relación con la familia Kirchner. Junto al espacio reservado para el féretro instalaron una corona muy sencilla, de pocas pero frescas flores, con una cinta argentina de plástico que sólo decía Cristina, Máximo y Florencia. No fue una misa, sino la lectura de un breve texto bíblico y una conversación entre amigos. Por eso el obispo Juan Carlos Romanín, quien desde el conflicto docente encabezó la oposición provincial, aceptó un consejo de conocidos cautos y se abstuvo de comparecer. Todos tenían presente el sonoro improperio, “Hipócrita”, con que un feligrés católico respondió a las melifluas palabras del cardenal Jorge Bergoglio, y el fastidio que causó la fugaz aparición para las cámaras en la Casa Rosada de Alcides Jorge Pedro Casaretto, luego de siete años en que ambos políticos episcopales trataron de hacerle las cosas difíciles a Kirchner y a su esposa en todo lo que estuviera a su alcance. Esa jerarquía tiene escasa relación con el gobierno pero preferiría que se notara menos. Lo siente como una capitis diminutio porque sólo se concibe como parte de una Iglesia del poder, aunque declame lo contrario. En cambio se comentaba con tolerancia, por su edad y porque nunca hostilizó a Kirchner, el rezo del jubilado obispo de San Isidro y Morón, Oscar J. Laguna, y con respeto la discretísima visita del arzobispo de Luján, Agustín Radrizzani, a quien CFK debió consolar cuando le tomó las manos en un pasillo lateral, lejos de la vista del público, y la de su predecesor, el jubilado Rubén Di Monte.
La última zambullida
Imposible imaginar mayor contraste entre el boato y la artificiosidad del rito celebrado en la Catedral porteña y el encuentro afectuoso entre viejos conocidos en la capilla patagónica. Sus paredes están pintadas de un vivo color salmón, y vidrios amarillos y ocre, sin iconos, filtraban la luz de un día nublado. Con su techo de madera clara y apenas una cruz como símbolo religioso, es tan despojada como un templo protestante. Allí se celebró la vida y no la muerte. La comitiva logró vadear con mucha dificultad y lentitud el río humano que se desbordó a los lados de la ruta desde el aeropuerto. Algunos presuntos buenos cuberos estimaron que se había volcado a la calle la mitad de los 117.000 habitantes de la capital provincial. Como hacía en vida, Kirchner se zambulló por última vez en la multitud. Al pasar por algunos barrios se veían más lágrimas que dientes. Unas pocas vallas cayeron por la presión humana y no faltaron empellones, entre petroleros y albañiles, a ver quién cuidaba mejor a Cristina. Los invitados por la presidente vieron por televisión en Río Gallegos cuando Cristina hizo detener el auto, bajó y les recriminó a los policías por empujar a quienes sólo querían despedirse de Kirchner. Fue un gesto como para que nadie tuviera dudas sobre el carácter de la persona al mando, a la que tantos se proponen ayudar, con las mejores o las peores intenciones. Los amigos de Santa Cruz acotaron que no era un gesto para los medios, que lo mismo hizo durante la campaña electoral con un custodio que empujó a un militante que intentó acercarse al helicóptero. “Las elecciones se ganan con votos y no con seguridad. Y los votos se ganan de a uno”, le dijo.
Resucitar en el pueblo
Dentro de la capilla, que terminó de construirse durante la intendencia de Kirchner, el cura Lito Alvarez recibió a la presidente y su familia. Cristina se sentó en la primera fila a la izquierda del féretro, junto con sus hijos, el gobernador Daniel Peralta y el presidente de Venezuela. A la misma altura, sobre la derecha, seguían su suegra, sus cuñadas y sus sobrinos.
–Este es mi cura preferido le explicó Cristina a Hugo Chávez Frías, señalando a Lito Alvarez.
–¿Y yo, qué soy?, protestó el sacerdote Juan Carlos Molina, el rubio alto de barba rala que durante las interminables horas del velatorio porteño permaneció de pie consolando a su amiga Alicia Kirchner.
–Bueno, los dos son mis preferidos. Pero no se hagan los locos, concedió Cristina
De pantalón y campera los dos, azul tejida Alvarez y de paño gris Molina, el único ornamento que cada uno lucía era una estola blanca, con cruces de color. Alvarez dijo que estaban allí para despedir al amigo y acompañar a su familia y que serían breves y cuidadosos, no fuera cosa que Néstor se levantara y les apoyara una de sus manazas en la cara y los hiciera callar con un “ya estásh diciendo macanas”. Leyó el bello párrafo del Evangelio según Mateo sobre el juicio final (25: 35/40) en el que Jesús dice a sus discípulos que el Reino de los Cielos se abrirá para ellos porque “tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”. Los justos le preguntarán sorprendidos cuándo le dieron de comer y beber, lo alojaron y vistieron y lo fueron a visitar, y “el Rey les responderá: cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Luego, el cura Lito dijo que hablaría de la resurrección. Explicó que todos nos morimos, pero pocos dan la vida, como Kirchner la dio. Y que quienes dan la vida resucitan en el pueblo. “El pueblo argentino resucitó, porque estaba humillado y sin esperanzas y Néstor con sus actos se las devolvió.”
Alvarez, quien ese día cumplió sus 49 años, es el sacerdote de El Calafate a quien dos horas después de la muerte de Kirchner la presidente le contó cómo fueron sus últimos momentos de vida, desde que se desplomó en sus brazos luego de intentar incorporarse al sentir un dolor en el pecho y dificultad para respirar. La vio entonces, tal como horas después la vería todo el país, destrozada de dolor pero entera, afectuosa y preocupada por sus hijos. Lito le dijo que recién entendía por qué Kirchner la llamaba “Presidente Coraje”.
Caprichoso, caprichoso
Lo siguió en la predicación Juan Carlos Molina, quien atiende hogares para jóvenes con problemas de adicción en Caleta Olivia, en la provincia del Chaco y en Haití. Contó que durante el velatorio en Buenos Aires, Cristina pasaba la mano por el lustroso ataúd y como si acariciara a Kirchner le decía en voz muy baja “caprichoso, caprichoso”, que quería decir empecinado, cabeza dura. “Caprichoso, sí. Néstor era caprichoso y por eso el pueblo argentino está hoy como está y le responde como le responde”, dijo el cura. Dijo que Kirchner entró al salón de los patriotas latinoamericanos preparado con los atributos de presidente, pero que Cristina y Alicia fueron colocando sobre el féretro y a sus pies los regalos que la gente le fue alcanzando, “hasta que salió de allí como el hombre del pueblo, como un líder”. Cinco cajas grandes llenaron esos tributos populares. Como Sergio Soto es el primer nativo de Gallegos que llegó a cura, dijo unas palabras sobre su emoción al despedir al primer presidente nacido en Santa Cruz, así como Fernando de la Rúa opinó por televisión que la gran lección de estos días es que hay que respetar a los ex presidentes. Un parroquiano que lo escuchó después de asistir al velatorio, increpó al televisor en una parrilla de Buenos Aires: “Kirchner murió, vos mataste”.
Cuando terminó Sergio Soto, Juan Carlos Molina recordó que al asumir la presidencia Kirchner dijo que no dejaría sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada. “Tampoco quedarán enterradas ahora en el cementerio de Río Gallegos”. Luego convocó a madre, hermanas, esposa, hijos y sobrinos de Kirchner a rodear el féretro y despedirse con alegría por la vida. Después de ese último abrazo, la presidente acompañó hasta el aeropuerto a Chávez, quien apenas pidió un viva por el ex presidente y otro por la Argentina. También ordenó que los miles de personas que esperaban en la calle pudieran entrar para despedirse de Lupo, como todos siguen llamándolo aquí, aunque para eso hubiera que postergar el traslado a la cripta familiar. Antes de irse, Cristina avanzó hacia las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo y se abrazó con ellas. “Viste, somos peronistas. Siempre andamos en medio del pueblo y el tumulto. No vamos a cambiar justo ahora”, me dijo con una tenue sonrisa y con una entonación endulzada por el dolor y el cansancio. ¿Quién que la conozca y no la subestime puede esperar otra cosa?
La partida de Kirchner y la masividad del dolor. La voz de los manifestantes, agradecimientos y política. Un abanico social y generacional. Peronismo y algo más. La vacancia a cubrir. Los peronistas federales, mirando. La Presidenta, de la fortaleza a los primeros mensajes.
Por Mario Wainfeld
Dos sorpresas fundacionales se sucedieron desde el miércoles: la muerte del ex presidente Néstor Kirchner y la respuesta popular que la siguió. Ambas reconfiguran el escenario que existía el martes, cuyas vigas maestras subsisten y deben recordarse para empezar a imaginar lo que vendrá.
La pérdida de un líder que cambió la tendencia, hiperpresente e hiperkinético, golpea e interpela a su fuerza. El mensaje popular (identidad, pertenencia, compromiso político, apoyo decidido a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner) le insufla vigor, redefine su potencial, alerta a propios y ajenos.
La fortaleza de la Presidenta, quizá más previsible para quienes la conocen y saben de su temple militante, redondea los datos más salientes.
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El martes sus adversarios daban por sellada la derrota electoral del Frente para la Victoria (FpV) en las presidenciales de 2011. Un balance social colectivo, catalizado por la desaparición de Kirchner, reveló que esa profecía era simplista y lo sigue siendo ahora.
Una muchedumbre se volcó a las calles desde el primer instante, sin que mediara feriado nacional o suspensión de actividades. “No la convocamos nosotros, jamás nos hubiera salido tan bien”, autorretrata, ironiza, asume un importante dirigente oficialista. Cientos de miles dejaron sus asuntos cotidianos, pusieron el cuerpo y el alma. Conviene repensar un poco sobre su decisión consciente y su clamor, aun con la precariedad de la primera mirada.
Fueron, casi todos por la libre, a dar cuenta de su existencia y su dolor. A colocar ofrendas, a decir, de cien modos, “fuerza Cristina”. Algunos con el gesto, otros con la consigna, otros cantando o improvisando breves discursos, haciéndose dueños de la Casa Rosada.
“Fuerza Cristina” es una apelación política, significa algo bien diferente de un pésame. Es un reclamo y una promesa: hay que seguir y acá estamos.
La religiosidad peronista se plasmó en pequeños presentes, en la parva de cartas o mensajes dejados por personas de a pie, muchas de las cuales no son ni se piensan justicialistas. Pero la muchedumbre expresó una tonalidad más transversal que peronista, configurada por un abanico social y generacional amplio, en el que primaron los jóvenes. El sinfín de gente tuvo que ver más con quienes festejaron el Bicentenario que con un acto peronista clásico: los más humildes, los trabajadores que viven al día pero bien, personas de clase media. Sus explicaciones son ilustrativas. Se movilizaron porque “recuperamos el trabajo” o “la dignidad”. O porque “queremos militar, participar en política”. A menos de nueve años de la hecatombe de 2001, a algo más de siete de gobiernos kirchneristas, la Plaza, el espacio de la protesta o de la masacre delarruista, albergó a ciudadanos recuperados en su autoestima y en su afán de participar.
El martes, el FpV era la primera minoría, a buena distancia de la segunda. Sigue siéndolo, con mayor conciencia de sí misma y sabedora de que el espacio vacante no podrá ser llenado sólo por esa mujer a la que fueron a acompañar, a transfundirle energía y a indicarle un rumbo, el ya elegido.
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Cristina Fernández le pidió a la mayoría de sus ministros que no viajaran a Río Gallegos, que se quedaran para empezar a trabajar el lunes temprano. La acción de gobierno es el bastión del kirchnerismo y de ella dependerá una fracción relevante de su porvenir. Además, como sucedía el martes, tiene el desafío de mejorar su desempeño de las elecciones del año pasado. En buen romance: aumentar el aval de los sectores populares, recuperar terreno en los estamentos medios, crecer en varias provincias en las que naufragó o se quedó muy corto un año atrás: Capital, Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, Santa Fe, Mendoza. Nada sencillo, ni imposible tampoco.
Una percepción fuerte dejó esta semana: la presidenta Cristina fue reconocida y estimulada desde variadas banderías, pero su núcleo duro son las masas peronistas, que propagaron una señal de preferencia, captada por muchos. Será difícil disputarle “el peronismo” al FpV, más aún de lo que ya era el martes. El gobernador Daniel Scioli se apresuró a consignar que será fiel a la Presidenta. El diputado Felipe Solá se describió como “conmovido” y reconoció el mensaje. Es válido dudar de la sinceridad de dos dirigentes camaleónicos como Scioli y Solá, aunque es razonable advertir su perspicacia: enfrentar a la Presidenta desde el panperonismo se ha tornado más cuesta arriba. El Peronismo Federal, que cluequeaba huérfano de un referente firme, tuvo poco tiempo para alegrarse por la muerte de Kirchner.
Organizar a la dirigencia pejotista, de cualquier modo, es un desafío olímpico. Kirchner era insuperable en ese métier, actuando con una variedad de recursos que no se le reconocen, desde la presión hasta la persuasión, pasando por la contención o el dulce de las candidaturas.
En el elenco oficialista, nadie podrá relevarlo plenamente. Con el bagaje que cada uno acumuló, parece lógico que Julio De Vido (que perdió en un plazo cruelmente breve a un hijo y a su compañero de militancia de décadas) crezca en su rol político. Es interlocutor reconocido de empresarios, sindicalistas, dirigentes sociales, intendentes y gobernadores. Seguramente se meterá más en el “armado”.
El jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, conurbano él y con ambiciones propias, también es un prospecto de operador activo en ese terreno.
Las apetencias de los compañeros crecerán, tratando de rebasar el techo que les demarcaba Kirchner. La legitimidad que mostró la Presidenta hace suponer que, racionalmente, la dirigencia se inclinará a buscar más espacio dentro del FpV que aventurándose en los suburbios del pejotismo federal. Eso no simplifica los tantos, apenas define el ámbito esencial.
Los gobernadores insinuarán avances reclamando espacio en la “mesa” de decisiones y exacerbando sus ambiciones particulares. El sanjuanino José Luis Gioja primereó en esos amagues, no será el único.
Quienes desconocen o desprecian al peronismo identifican a sus masas como mononeuronales y a sus dirigentes como una jauría que se muerde con furia y sin motivo. Yerran en ambas calificaciones. Los dirigentes pueden ser despiadados pero no comen vidrio. Clamarán, apretarán pero lo pensarán muchas veces antes de abandonar el barco, cuando afuera hay desolación. Gobernadores e intendentes, en el mismo plan que el martes, amurallarán sus territorios antes que nada para pisar firme en la nacional, para la que tienen un piné limitado. Ladrarán, si a usted le gusta la imagen canina, pero no saltarán al vacío. Su lealtad es, en promedio, muy relativa. Su afán de colocarse cerca del fuego del poder, imbatible.
El secretario general de la CGT estaba el martes interesado en sustentar al Gobierno, incrementando su capital accionario en la “política”. Hugo Moyano lee que su liderazgo gremial está acollarado a la gobernabilidad y continuidad kirchnerista. Y asume que su legitimidad electoral personal es restringida, seguirá buscando mayor presencia, más candidatos a legisladores, eventualmente un hombre de su “palo” como aspirante a vicegobernador bonaerense.
La racionalidad global no equivale, para nada, a la urdimbre de acuerdos, a la autocontención, a manejar la coyuntura con clase. Los “armadores” de Cristina Fernández deberán, como puedan, remedar la muñeca de Kirchner. Sus perspectivas serán mayores si se mantienen los niveles de crecimiento, de empleo, de consumo, de control de las variables económicas gruesas, de que la alta inflación no se desmadre. La Presidenta tiene el timón en esas cuestiones, aunque quizá la coyuntura fuerce que vaya por la presidencia del PJ. Algunos de sus compañeros más fieles suponen que ese tránsito es inexorable, aunque la gestión le demande los mayores esfuerzos.
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La foto de hoy muestra al peronismo hegemonizado por el FpV. En principio, el radicalismo es beneficiario de la deriva de una contienda entre tres a una elección polarizada entre dos. Habrá que ir midiendo si los torpes manejos de Julio Cobos no desbalancean la interna a favor del diputado Raúl Alfonsín. El vicepresidente superó todas las marcas de berretismo en estos días, sus correligionarios se le despegaron y se mostraron con mayor altura. A Alfonsín le sale mejor el estilo dialoguista con reconocimientos al adversario, porque conjuga con su personalidad y con su visión de la política. No así a Cobos, que asciende en base a traiciones.
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El jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, debe cavilar sobre su táctica recurrente: confiar en que las masas peronistas (o en su defecto, un conjunto de dirigentes) lo pasen a buscar por su coqueta vivienda. Desde el miércoles, se acentuó la marcada devaluación de los peronistas federales, quizá sea mal momento para subirse a su tren. La ciudadela porteña, por añadidura, está acechada. La diputada Gabriela Michetti no garantiza la reelección, el mecanismo del ballottage implica un escenario de incertidumbre.
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Los medios opositores, que ya vaticinaban el fin del kirchnerismo el martes, añadieron un tremendo argumento. Pintaron una Presidenta inhábil, carente de competencias y voluntad política. Jamás pensaron que Kirchner moriría como Perón y Evita, ahora apuestan a que Cristina sea Isabelita. No guardaron las formas ni el respeto y, lo que es peor para ellos, no están mirando con atención. El programa alternativo, la rendición que le proponen a la Presidenta, será rechazada. La carne podrida se sazona con especias, para disimular su olor: las consabidas apelaciones a los “consensos” y “grandes acuerdos” cuyas letras chicas y grandes serían redactadas por “todos”... menos por la primera minoría que, por añadidura, gobierna.
La firmeza de Cristina es tan grande como la de Néstor; sus convicciones, muy semejantes. Como se entreveía el martes, podrá ganar o perder en 2011, pero lo hará en consonancia con lo que vino haciendo, exaltado por una apabullante masa ciudadana.
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Obtener un tercer mandato consecutivo, en elecciones libres, era una proeza (pero no una utopía irrealizable) el martes tanto como ahora. El panorama político es distinto, la desaparición de un líder debilita a los propios en tanto desordena a sus adversarios. Sobre todo si éstos son maniqueos y monocausalistas.
Algo sucedió en estos días de sorpresa, dolor y pasión popular. De nuevo se dirá que la Argentina y el peronismo son insondables, irracionales, tan emocionales cuan necios. Marco Aurelio García, el intelectual brasileño asesor de Lula da Silva que tanto conoce y ama nuestro país, siempre asevera que la adhesión popular al primer peronismo es sencilla de explicar. Fue el único movimiento popular de la región que implantó algo bastante parecido a un perdurable Estado de bienestar. Los apoyos son, en esencia, razón instrumental. El mismo presidente Lula completó la reflexión, mientras lloraba a su “compañero” de construcción de la unidad de este Sur. Kirchner, corroboró, sacó a la Argentina de la crisis profunda de principios de siglo.
Con ese capital comprobado, afrontando pérdidas personales y políticas formidables, Cristina Fernández de Kirchner tratará de ir por la proeza. Algunos números de la economía, de la intención de voto, de imagen le dan sustento. Lo demás dependerá de su obrar, de su equipo de gobierno, de sus armadores, de sus aliados. De sus antagonistas políticos y corporativos. Y también de los que le pidieron “fuerza” mientras se la transmitían.
El partido todavía se está jugando, como el martes, aunque “el 10” ya es mito, memoria y bandera.
No pasaron dos horas desde la muerte de Néstor Kirchner antes de que comenzara el debate acerca de la gobernabilidad. Cada cual participó a su manera y con lo que pudo, desde análisis y propuestas racionales hasta expresiones emotivas. Abrieron punta las columnas y editoriales de los grandes medios. En forma explícita, invitaron a pensar todo de nuevo, pero en realidad propusieron una vez más la vieja lógica que imperó en el país hasta que el azar puso en la Casa Rosada al líder excepcional que acaba de morir.
Uno de los principales columnistas del matutino Clarín escribió que la decisión de que la candidata presidencial en 2007 fuera CFK constituyó el “primer error estratégico grave” de Kirchner. No hay un razonamiento que respalde esa afirmación, que debe aceptarse como un acto de fe. Ante una pregunta sobre algún hecho que hubiera detonado la confrontación sin tregua con el CEO del grupo económico que creció en torno de ese diario, Kirchner respondió hace un par de meses: “Vino a verme a Olivos para decirme que Cristina no podía ser presidente”. No puede reprocharse falta de coherencia a quien mantiene su posición más allá de la muerte. Lo mismo vale para el matutino La Nación, y su reiteración del mismo ultimátum que usó para saludar la llegada de Kirchner al gobierno. El 15 de mayo de 2003, cuando se supo que Carlos Menem no se presentaría a la segunda vuelta, tituló en su tapa que la Argentina había decidido darse gobierno por un año. Firmaba el artículo el director periodístico Claudio Escribano. Desde diez días antes, escribió, Kirchner sabía que “el principal asunto a resolver en el país es el de su gobernabilidad”. También en ese caso, Kirchner dio la explicación para una conducta tan extraña, sin precedentes en el periodismo argentino. Durante la campaña electoral había desayunado con Escribano quien le transmitió un pliego de condiciones:
1. “La Argentina debe alinearse con los Estados Unidos”.
2. “No queremos que haya más revisiones sobre la lucha contra la subversión. Creemos necesaria una reivindicación del desempeño de las Fuerzas Armadas”.
3. “No puede ser que no haya recibido a los empresarios”.
4. “Nos preocupa la posición argentina con respecto a Cuba”.
5. “Es muy grave el problema de la inseguridad. Debe llevarse tranquilidad a las fuerzas del orden con medidas excepcionales de seguridad”.
Kirchner respondió que su mayor preocupación era “que me acompañen los argentinos. Ocurre que usted y yo tenemos visiones distintas del país”. Hace ya largos siete años que La Nación procura en vano aportar al cumplimiento de su interesada profecía. La imprevista muerte de Kirchner le pareció el momento oportuno para reiterar la exigencia. “Sin Kirchner, Cristina puede asumir el poder”, tituló Rosendo Fraga su columna puesta on line a las 11:17 del miércoles 27. Con una prosa menos grandilocuente que la de Escribano, Fraga escribió que la presidente “tiene la oportunidad de modificar, rectificar, corregir, cambiar” las “políticas impuestas por su marido”. Como la primera de las “decisiones que se reclaman”, mencionó “tomar distancia de Hugo Moyano”. Si, en cambio, “insiste en la línea fijada por su marido, no le será fácil gobernar”. Reconoció que Kirchner “deja a su esposa con un gobierno sólido en lo económico, pero enfrentado con el sector productivo más importante del país que es el campo; en conflicto también con el sector industrial”. Por eso, no está en riesgo “la continuidad institucional, pero puede estarlo la gobernabilidad”, si Cristina no deja de ser “la presidenta de una facción para pasar a serlo de todos los argentinos”, es decir de todos los argentinos que cuentan para La Nación. En la misma línea, en el mismo diario y apenas dos horas después, Carlos Pagni ordenó “pensar todo de nuevo”, con un acuerdo entre oficialismo y oposición “para rodear a un gobierno débil”, aunque advierte que no es fácil que la presidente se reconozca débil. Agrega que “hay un líder omnipotente que ha muerto y una viuda al frente del Estado: Perón e Isabel, Kirchner y Cristina. ¿Quién será el Ricardo Balbín de este drama?”. Ni siquiera se priva de amagar que la sucesión presidencial “sigue previéndose para diciembre del año próximo”. Entre los conductores apetecidos para lo que sigue, arriesga los nombres de Daniel Scioli y de José Luis Gioja y también advierte contra Moyano. En los días siguientes continuaron los pronunciamientos en esa misma línea, en ése y en otros diarios asociados a los mismos negocios y proyectos políticos. Más allá de este chantaje, el debate sobre la gobernabilidad es legítimo. Kirchner comenzó a darlo el primer día de su gobierno y lo continuó después de su muerte, con la imponente eclosión de sentimientos y actitudes que estaban en las capas profundas de la sociedad y que la espuma de los días y la trivialidad de las polémicas mediáticas impedían ver. Una generación que nació durante la dictadura militar o en los primeros años posteriores, ocupó las calles de todo el país, con lágrimas en los ojos, para despedir al hombre que le ayudó a creer que la política era una herramienta apta para cambiar una sociedad demasiado injusta y que ellos tenían un sitio en ese intento. La comparación con Isabel y Balbín es una mera expresión de deseos. Cristina no es una frágil mujer que busque ni acepte la conmiseración de nadie ni hay entre los líderes opositores gestos de grandeza proporcionales al vacío que deja la partida de Kirchner (al margen de lo poco que le sirvió Balbín a la estabilidad institucional). La presidencia no es el regalo que recibió por consolar la senectud de un anciano fastidiado sino la consecuencia de un proyecto compartido con su compañero político y sentimental de toda la vida. Juntos construyeron un país pacificado, cuyas instituciones funcionan a pleno, respetado por todos los países de la región, cuyos líderes acompañaron a Cristina. Nunca antes Brasil y Chile habían declarado duelo nacional por algo ocurrido en la Argentina. La economía que crece como pocas en el mundo y como pocas veces antes en la Argentina. Esto ha permitido disminuir los niveles de pobreza e indigencia que de todos modos siguen siendo escandalosos y que constituyen la primera de las asignaturas pendientes. La pareja presidencial, como tantas veces los llamaron para erosionarlos, marcó un punto de inflexión en la larga decadencia argentina, que sin ellos conducía en línea recta a la catástrofe. Esta es la gobernabilidad democrática que, a derecha e izquierda, no soportan quienes anhelan volver al país para pocos ricos, pocos inteligentes, pocos militantes, la que hizo de Kirchner el primer presidente en demasiado tiempo que se retiró del gobierno y de la vida ahora, con altos grados de aprobación social. Si Alfonsín simboliza el Nunca Más, Kirchner deja como legado el Nunca Menos. El otro camino es el del ajuste y la represión, que termina a los palos y los tiros, con cuarenta muertos como el ciclo Menem-Cavallo-De la Rúa o con dos, como el del ex senador Eduardo Duhalde, con la industria en ruinas, la desocupación rampante, los salarios en el subsuelo y superganancias para quienes no se resignan a que otra Argentina sea posible.
(* “Nunca Más, Nunca Menos” es el título de una declaración de la rama argentina de la Sociedad Internacional para el Desarrollo, que dirige el economista Enrique Aschieri.)
Los comentaristas del establishment mediático han mostrado una impresionante falta de sentido del tiempo y de las proporciones políticas. Varios de ellos tardaron nada más que unos minutos después de la muerte de Néstor Kirchner para salir a marcar la cancha como si el objeto de la reflexión fuera un rumor o una encuesta de las que ellos mismos alucinan y no la desaparición del personaje político más importante de las últimas décadas. Maniáticos de la operación política disfrazada de análisis y pronóstico, rápidamente imaginaron un tiempo de incertidumbre, un tiempo de confusión, de debilidad, de concertación y de consensos. Evocaron desaforadamente el fantasma de Isabel y reclamaron el surgimiento de algún Balbín. Entraron al juicio de un acontecimiento histórico desde el lugar del cálculo chiquito.
Tanto apuro desbocado y lenguaraz fue castigado duramente por los hechos que sobrevinieron. Una plaza multitudinaria, cargada como pocas veces de la mejor energía colectiva desbarató los negros augurios y puso en escena a un actor al que nos hemos acostumbrado a ningunear. Lo hemos rebautizado “la gente”, “la opinión”. Lo hemos reducido a sondeos y a focus groups. Y sigue siendo el pueblo. La plaza mostró la política grande, la que no se deja encerrar en frases hechas y suele no respetar las reglas de la corrección. En medio del profundo dolor, se puso en acto una nueva coalición político-social. Con el valioso sello del pluralismo ideológico y cultural. Con innegable peso del folklore del peronismo, portado por una juventud que ha traducido sus símbolos históricos al lenguaje de la época. Y también con una presencia de la parte de la izquierda que ha escapado del narcisismo de las pequeñas identidades y reconocido la existencia de un proceso de transformaciones epocales.
La plaza del adiós al líder modificó la escena. Desde ahora todos deben saber que el odio elitista, a veces sutilmente enmascarado en la pureza republicana, ya no es una brújula adecuada para seguir el viaje. Tal vez ya no era así antes de la muerte grande del miércoles último; se había empezado a insinuar en los festejos del Bicentenario y lo registraban todos los analistas de opinión pública. Pero el cambio de clima ha alcanzado una potencia y una visibilidad que lo convierten en una variable central de la etapa política que se abre.
Las muertes magnas son enormes tajos que seccionan el tiempo. La de Kirchner nos devolvió a las horas de la emergencia de su liderazgo. Nos hizo recordar que este país que hoy discute si se puede o no pagar a los jubilados un porcentaje del sueldo de los trabajadores en actividad que no cobran en ningún lugar del mundo es el mismo al que un conjunto de “expertos” economistas aconsejaba, a principios de 2002, declararse en quiebra, suspender el funcionamiento de su Congreso y reemplazarlo por un comité internacional de expertos para que administrara sus ruinas. ¿Es el mismo país? Y el que murió es el mismo presidente al que el diario La Nación recibió en sus funciones con el amable pronóstico según el cual no llegaría a cumplir un año en ese lugar. En estos días hemos hecho –estamos haciendo– una rápida relectura del pasado inmediato. Y esa mirada de tiempos cortos pero centrales de nuestra historia nos enriquece y nos precave del vértigo mediático, experto en inducir el olvido del aire que respiramos ayer. Nos permite pensar la nueva etapa desde las grandes líneas del camino recorrido y no desde el escondrijo que proveen las “fuentes calificadas del peronismo del conurbano”, como llaman algunos columnistas a sus propias elucubraciones.
Es esa mirada las que nos devuelve a un Néstor Kirchner diferente. Diferente al violento, autoritario y divisionista del que se hablaba hasta el miércoles y también del “animal político” prolijamente divorciado de todo contenido, que apareció en estos días. En efecto, al luchador por el poder se lo intenta oscurecer por la vía de la neutralización política. Es decir, no importa cuál es el significado del poder kirchnerista. No importa si permitió la jubilación de millones de mujeres y hombres privados de ese derecho. Si recuperó los aportes jubilatorios para el Estado. Si sacó al país del default con la negociación más digna que recuerde la historia. Si echó de la Corte a los cortesanos de Menem. Si impulsó la reapertura de los juicios a los terroristas de Estado. Si comenzó la democratización de los medios de comunicación (aunque, en este caso, para algunos esto sí importa, reinterpretado como ofensiva contra los “medios independientes”). Si volvió a reunir las paritarias, si hizo funcionar el Consejo del Salario. Si desvinculó en la práctica al país del FMI. Si promovió la integración regional y fue reconocido con la Secretaría General de la Unasur. Todo se reduce a una cuestión de poder, al margen de su contenido y concebido de modo autoritario.
Tal vez pueda pensarse exactamente lo contrario. Que en democracia, las autoridades instituidas por la voluntad popular no tienen el derecho sino la obligación de ejercer el poder. Tienen el mandato de poner su poder legítima y legalmente constituido por encima de los poderes fácticos, de aquellos que pretenden colonizar la política desde el dinero, desde la propiedad y desde el dominio de la palabra. Este es un enorme legado del presidente que hoy lloramos. Un legado que significa un salto en calidad de nuestra democracia, un paso decisivo que será también un desafío para futuros gobiernos: nunca más poderes que se pretendan imponer a la soberanía popular.
Es la disputa sobre ese contenido de la política –y no sobre el “poder” en abstracto– la que seguramente va a signar el futuro inmediato del país. No es casual la retórica de las plumas principales de los socios mayoritarios de Papel Prensa en estos días. El filo principal está dirigido a mostrar el “debilitamiento” del gobierno de Cristina Kirchner y la consecuente “incertidumbre” sobre el futuro. Detrás de este diagnóstico viene enseguida la terapia: “diálogo” y “consenso”. Palabras buenas y necesarias pero a las que hay que poner en contexto para averiguar su sentido. Porque como se utilizan en estos días tienen olor y sabor a la construcción de una escena nada neutral ni inocente: una presidenta débil, confusión y disputas en la fuerza política oficialista, necesidad de abandonar las confrontaciones y acceder a las demandas de aquellos grupos de interés afectados por las reformas en curso.
Claro que a la operación fácilmente descifrable de los grandes medios no parece razonable oponerle la sensación de que acá no ha pasado nada y todo sigue igual. La pérdida de una figura de la estatura de Kirchner obliga a una pronta y eficaz rearticulación del dispositivo de gobierno que tendría que ir en la dirección de un sistema de decisiones menos concentrado y más colectivo. Es evidente que la situación en el peronismo ocupará el centro de la atención. Es una escena naturalmente conmocionada por la desaparición de su jefe, pero tal vez no necesariamente en el sentido de la diáspora inminente que desde hace mucho profetizan los peronólogos de Magnetto y de Mitre. Al peronismo, menos que a ninguna otra fuerza política, se le escapa el significado de las plazas que despidieron al ex presidente Kirchner. Saben que está en marcha una corriente muy profunda y muy masiva de solidaridad hacia la figura de Cristina. Y que en esas condiciones las jugadas de centrifugación de su poder en el movimiento son altamente riesgosas. Si esto es así, habrá que ver si no se abre paso una fuerza de dirección contraria, de reunificación. Por supuesto que esto tampoco será sencillo y lineal; no contar con los costos que puede acarrear a la fuerza gobernante la puja posicional interna que se abriría con esa hipótesis sería riesgoso. Pero la idea de “alambrar” a la fuerza de gobierno y cerrarse a la ampliación de su base de sustentación, desde el peronismo y fuera de él, sería igualmente equivocada.
Los tiempos serán más difíciles para todo. Las desapariciones magnas modifican el mundo de la política. Nadie sabe cuándo surge un mito, pero todo hace pensar que en la Argentina acaba de nacer uno. Es muy probable que para hacer política en los días que vienen –oficialista o de oposición– se haga necesario reconocer esa novedad y no mantener las certezas que eran válidas hasta el miércoles pasado.
La sorpresa fue para todos: para los peronistas nacional-populares y para los enemigos del proyecto que esa fuerza impulsa desde 2003 y ha acentuado desde 2008. ¿De dónde salió tanta gente? ¿De dónde salieron todos esos cristinistas? Me suena lindo esto: cristinistas tiene un aire de nuevo, tiene un perfume de mujer exquisito, un feminismo que se asume con fuerza ante los hombres, ante los viejos machos hoy en alevosa retirada y, a la vez, los acepta, porque la mujer que da origen al neologismo es mina, es linda, es independiente y lo fue al lado de un hombre, que se sintió orgulloso justamente por eso: porque tenía a su lado a una mujer inteligente y brillante, que no sólo se le ponía de igual a igual sino que lo exigía, que le pedía todo el tiempo que fuera más y que lo fuera con ella, que le impidiera dejarlo atrás, porque lo amaba y quería seguir adelante con él, por eso cristinismo suena mejor que peronismo y hasta que kirchnerismo, porque suena a independencia, a germinación, a dar a luz ideas, proyectos, osadías, porque las minas no sólo dan a luz hijos de los tipos a los que supuestamente pertenecen (¿hasta cuándo ese “de” infamante para las mujeres, una mujer no es de nadie, es libre, es ella, tiene su nombre y su apellido, hasta cuándo ese “de” burgués del siglo XIX que adosa a las mujeres a los hombres en tanto propiedad privada?; probablemente Cristina conserve el “de Kirchner” para recordarlo, pero es una cuestión política, ella es ella y ahora no tiene otro remedio más que ése: ser lo que siempre fue junto al hombre que eligió: ella, pero ahora sola, con el recuerdo, la memoria y hasta las ideas compartidas y los buenos consejos de él, pero sola), sino que dan a luz sorpresas luminosas que pueden sorprendernos todos los días y mantenernos despiertos, alertas, con los músculos, los nervios y las neuronas tenso/as (¡ese machismo del lenguaje que toma el régimen del masculino para los adjetivos, cuánto hay que cambiar en este perro mundo!). No me volví feminista. Admiro simplemente a las mujeres. Primero: porque son bellas. Segundo: porque hace treinta años que estoy al lado de una compañera bárbara, sin la cual no sería lo que soy ni la mitad de lo que soy, sea lo que mierda sea, porque, en verdad, quién puede saber lo que es si apenas es algo ya es otra cosa, que es la esencia de la libertad, al menos de los que la ejercen y no se anquilosan como idiotas hijos de la TV o de los medios que buscan hacer basura con la gente. (Sugerencia de cambio para la revista Gente: Gente Idiota. Porque Gente es fresca... y pelotuda.)
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El problema central para el cristinismo es ahora transformar en fuerza militante a la inmensa cantidad de personas que desfilaron ante el féretro de Kirchner. Que nadie crea que alcanzará con haberse dado una vuelta por la Rosada (aunque, lo sé, fue más que eso, pero me interesa ahora marcar otra cosa) para fortalecer el gobierno de Cristina Fernández. Que no lo crean tampoco los líderes que rodean a la Presidenta. Una situación emocional: hombre que muere joven, que llena de culpas a todos los que lo atacaron, a los que cacerolearon contra él en el 2008 (¿cuántos de éstos habrán ido a lavar esa culpa?), a los tacheros que durante todos estos años si abrieron la boca (¡y cómo la abren!, cómo habla el tachero argentino lo quiera o no el pasajero, parecieran militantes de una causa de hierro en la que creen a muerte: odiar a Néstor y Cristina Kirchner) fue para putearlos, hasta a los jóvenes de familias acomodadas que repitieron las palabras de sus padres, que convoca a adherentes emocionales momentáneos, que han ido porque les impresiona la muerte de un tipo joven, a jóvenes, a chicos y chicas, que ahora descubren lo “copado que era el Flaco”, a formidables tenores que te cantan un Ave María que te parte el corazón pero que termina el Ave María y se va y Cristina necesita que siga cantando, cantando al lado de ella, porque la música tiene que seguir, y no sólo el Ave María sino otras músicas, menos tiernas, menos dulces, más agresivas, a la altura de los Himnos de Guerra que día a día los medios entonan desde sus miles de voces bancadas por empresas poderosas, monopolios formados con capitales nacionales e internacionales, con diarios de inmediata e ininterrumpida relación con la Embajada de los Estados Unidos y, a través de ésta, inevitablemente, con la CIA y el FBI, a los que este Gobierno no les gusta nada. ¡Qué enemigos, caramba! ¡Qué fuerza habrá que nuclear!
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De aquí la propuesta. A no entusiasmarse demasiado con los números. Con las encuestas. Las encuestas no salen a la calle. Los que salieron a la calle a despedir a Kirchner deberán saber que ese compromiso, que esa muestra de amor, deberá prolongarse en política, en militancia. En dolor ante la muerte, si se agota en sí mismo, permanece en el lugar de donde surgió: en la muerte. Hay que transformar ese dolor en militancia. Si Kirchner se definió a sí mismo como un heredero (no violento, como tantos y tantos y tantos) de la militancia juvenil de los setenta, hay que dar forma (con las decenas de miles de jóvenes que seguirán a Cristina a lo largo y lo ancho del país) a una nueva juventud. Que será peronista, o kirchnerista o cristinista. Pero esos jóvenes deberán saber ya (y ya lo saben) que la militancia será territorial y no armada. Se diferenciarán en esto, tajantemente, de los jóvenes de los ’70. Si quieren admirar al Che como símbolo de la rebelión, perfecto. Si lo toman como el héroe y el mártir de la lucha armada y el foco (teoría que le dio un francesito de esos años: Regis Debray y que Guevara perfeccionó y llevó a la práctica, una práctica desastrosa en la que sin duda tuvo la dignidad impecable de morir, de poner su cuerpo al lado de sus ideas, penosamente equivocadas, de aquí que ese cuerpo terminara acribillado por un pobre y asustado soldadito boliviano) el camino será otra vez el del desastre. Si insistimos tanto en la militancia territorial y no en la violencia, es porque la violencia fue un mal camino. Llevó a la muerte a una generación de jóvenes en toda América latina. Pero la militancia territorial ha vuelto a ponerse sobre la mesa de la mejor política. Que ya no se hace a través de los medios. Al ver a esos millones de argentinos (peronistas y no peronistas) desfilar junto a Néstor y abrazar a Cristina con un abrazo-promesa (no te vamos a abandonar) muchos empleados periodísticos de las grandes empresas multinacionales de la comunicación se habrán sentido no sólo defraudados, azorados también. ¿Cómo, y todo el trabajo que hicimos? ¿Y todo lo que le hemos dicho a esta gente durante años? Parece, señores, que no sirvió. Que hay otros canales por donde ahora se filtra la verdad, que la verdad, parece, no la construyen ustedes. Que los sujetos son todavía capaces de un acto libre. Porque fue un ejercicio poderoso de la praxis libre del sujeto haber ido a despedir a Néstor Kirchner. Los sujetos no están sujetados. La rebelión no es inexplicable. Ejercer la libertad fue decirle no a la política omnipresente comunicacional, y salir a la calle, inundar la territorialidad. En el conflicto de la 125 los ínfimos movileros que los medios arrojaban a la calle (conscientes de las órdenes que tenían) preguntaban a los militantes kirchneristas: “¿Viniste por el choripán? ¿En qué medio te trajeron?” Y a los conchetos del otro lado: “¿Nos podría explicar la causa por la que vino hasta aquí?” Del lado concheto, la causa. Del lado de “la negrada peronista”: el choripán o el camión de algún sindicato. De un lado, la libertad de elección. Del otro, la manipulación del aparatismo. ¿Fueron esos movileros a preguntarle a alguno de los que estaban haciendo interminables colas para despedir a un líder popular quién los había traído, si habían venido por el choripán? Sería interesante haberlo intentado. Pero los medios se cuidaron. Se pasmaron. Se sorprendieron hasta el dolor. No todos. Hubo, para mí, una excepción valiosa. Ya llegaré a ese punto.
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Que la militancia territorial haya ganado otra vez el protagonismo significa que lo más genuino del peronismo (del peronismo del ’45 y el de los ’70) ha regresado. La política territorial exige del militante más que la política mediática. La mediática no le pide nada. Porque los militantes no van a los medios. Van los jetones. Los dirigentes. Y los intelectuales de nombre, los “referentes”. La única posibilidad que tiene el militante es esta hermosa posibilidad que está de nuevo entre nosotros y a la que le damos una bienvenida esperanzada: la territorial. Se gana la calle. Hay que ganar la calle. La política se hace ahora saliendo de casa. Basta de estar eternamente mirando la tele o boludizándose con Internet. El número fue poderoso durante estas jornadas. Pero hay una consigna de John William Cooke que hay que recordar ahora más que nunca: la transformación del número en fuerza. Y ya lo ven: lo nombré a Cooke. ¿Setentismo? No creo: Cooke fue desde jovencito diputado peronista. Además, ¿a quién quieren que cite: a Ivanisevich, a Mendé? (No los conocen. ¡Mejor! Ni los busquen en Internet. Basta de buscar en Internet, por favor. Busquensé un poco a sí mismos. Van a encontrar mayores tesoros. Verdades y no informaciones. Verdades, además, acerca de ustedes. ¿Cuántos encontraron súbitamente su verdad saliendo a la calle el miércoles?) El número ya cumplió su tarea. Los que lloraron a Kirchner y fueron a dar apoyo a su viuda fueron innumerables. Tantos como los que pidieron la renuncia de Cobos. Que no se lo pueda echar porque se aferra a una ley que lo sostiene es una vergüenza moral e institucional. Moral, porque es un mentiroso y un hipócrita. ¡Declaró que Kirchner había sido un gran presidente! Institucional, porque todos saben que ese hombre no está ahí para cumplir con el cargo que ocupa: ser un orgánico de la Presidenta. Un Presidente y un Vice forman una entidad institucional orgánica, que funciona complementándose. ¿Cómo puede ser que este señor sea el jefe de la oposición, que funcione como el cuchillo que pende sobre la cabeza de la Presidenta, que a Kirchner hayan tenido que velarlo en la Casa Rosada y no en el Senado como se veló a la mayoría de los presidentes porque este Senado lo preside un enemigo?
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La transformación del número en fuerza es la consigna de la hora. ¿Cómo se consigue? Tiene que penetrar en el sujeto libre la necesidad de expresar esa libertad a través de la praxis política. Tiene que surgir la pasión de compartir una causa. De participar de la historia. De sacar el culo de la silla que tenés frente a Internet o frente al televisor. De salir de la soledad a la que el universo mediático te condena. Si te gusta el twitter, seguí. Pero no es lo mismo twittear que mirarle la cara a un compañero. Que verle los ojos. Olerlo. Tocarlo. Abrazarlo, ya en la desdicha o el triunfo. No es lo mismo querer hacer la historia que mirar cómo otros la hacen. No es lo mismo ser protagonista que ser pasivo, inerte, poco o nada.
Addenda: Ya no leo los diarios de la derecha. Si hay algo que vale la pena, alguien siempre me lo dice. Esta vez me dijeron: “Leé la nota que Beatriz Sarlo publicó el jueves 28 en La Nación”. La leí. Dice: “Pensé también en los que formaron el lado intelectual del conglomerado que armó Kirchner. Con ellos he discutido mucho en estos años. Sin embargo, me resulta sencillo ponerme en su lugar. Muchos vienen de una larga militancia en el peronismo de izquierda; vivieron la humillación del menemismo, que fue para ellos una derrota y una gigantesca anomalía, una enfermedad del movimiento popular. Cuando los mayores de este contingente representativo ya pensaban que en sus vidas no habría un renacimiento de la política, Kirchner les abrió el escenario donde creyeron encontrar, nuevamente, los viejos ideales. Pensé que se engañaban, pero eso no borronea la imaginación de su dolor”. Hace muchos años que conozco a Beatriz. Sinceramente creí que el odio había extraviado su inteligencia durante los últimos tiempos. Y lo lamenté, sinceramente también. Esta nota que ha publicado, no sólo por estar al lado de la de un obsesivo y un tipo que me importa lo que pueda importarme un plumero, es de una nobleza excepcional. Si tu mano es una mano tendida, Beatriz, contá con la mía para estrecharla.
La nota que se publica a continuación fue escrita a los diez días de la llegada de Néstor Kirchner al poder. A él lo emocionó mucho. Cristina Fernández, siempre que me ve, me la recuerda. Era la simple expresión de un tipo (de un ex militante intelectual de la “generación diezmada”) que expresaba su agrado por el modo en que el nuevo presidente había asumido. Yo no sabía nada de Néstor Kirchner. Con Cristina habíamos presentado el libro de Bonasso Diario de un clandestino. Me senté a su lado y sentí (lo juro) esa tensa pero agradable sensación que se posesiona de uno cuando está cerca de una mujer bonita. Para qué macanear. El miércoles cuando, pálida, con anteojos negros, erguida y digna en su dolor, se plantó ante el féretro de Kirchner la vi todavía más hermosa: parecía una troyana trágica, una figura extraída de Esquilo o de Sófocles.
Por José Pablo Feinmann
El Flaco se llama Néstor, como el Presidente. También podría decirse –sin faltar a la verdad– que el Flaco es el Presidente, porque el Flaco, desde el domingo 25 de mayo de 2003, es el Presidente de este país en que todos estamos y también él; nosotros como ciudadanos, él como Presidente. Pero cuando amaneció el 25 el Flaco todavía no era el Presidente. Le tenían que poner la banda, tenía que jurar, saludar a los granaderos, advertirles a los ministros que Dios y la Patria les iban a demandar algo que jamás le demandaron a nadie, así estamos. Entonces, volvemos: empieza el 25 y el Flaco todavía no es Presidente. Para colmo, le hicieron una trampa muy fea, tan fea como podía hacerla el Gran Tramposo, que se bajó del ballottage y lo bajó al Flaco del 70 por ciento al que, cómodo, llegaba. Porque el Flaco, además de Flaco, es alto, de modo que puede llegar al 70 por ciento y hubiera llegado si no fuera porque el Gran Tramposo, que, entre otras calamidades, es muy petiso, no se hubiera bajado, pero se bajó y no hay quién no sepa por qué, el Gran Tramposo se bajó porque cuando sus Amos le dicen “Suba”, él sube, y cuando le dicen “Baje”, él baja, y esta vez le tocó bajar. Tanto, que ya ni petiso es. Tanto, que lo enterraron. Porque de un petiso podrá decirse cualquier maldad menos una: que no ocupa algún espacio en la realidad, que un cacho del ser no le pertenece, por menguado que sea. Al Gran Tramposo, en cambio, nada, tanto lo bajaron que ya no se lo ve. Y creo que somos muchos los que queremos que siga así: ausente de la realidad durante algún tiempo. De aquí a la eternidad, digamos.
Volvemos al Flaco. Que, la sinceridad ante todo, no se había lucido durante la campaña electoral. Le decían mucho lo de Chirolita. Que Duhalde lo chiroleaba. Que era el Chirolita de Duhalde. Cosas así. Y el Flaco hablaba aquí, hablaba allá, hablaba donde podía, pero no lo escuchaban mucho. Para qué lo voy a escuchar al Flaco –pensaban todos–, si abre la boca y habla Duhalde, para eso lo escucho a Duhalde, que, por suerte, habla poco, ya que la juega de Prócer Prescindente o de Presidente en Tránsito. Y uno no escuchaba a nadie, ni a Duhalde ni al Flaco. Sin embargo, el Flaco lo necesitaba a Duhalde (y seguramente lo sigue necesitando, pero ésta es otra cuestión) porque el Gran Jefe Bonaerense tenía lo único que restaba de un país que se llamaba Argentina, tan hecho polvo, tan amainado que sólo le restaba un aparato, el duhaldista. Y ahí se montó el Flaco, ahí puso el pie, encontró un pedazo de la realidad. Lo menos que se le puede pedir a la realidad –se dijo– es que exista, y aquí ya no existe nada. Están los piqueteros y los asambleístas, de acuerdo. Pero los asambleístas existen porque les dejaron de existir los ahorros, no bien vuelvan los ahorros se van los asambleístas. Y los piqueteros existen pero como pura negación, existen como expulsión, marginación, desechos de un podrido sistema que no puede integrarlos. Hacen lo que pueden y lo hacen bien, pero yo, piensa el Flaco, quiero ser Presidente y ver si desde ahí puedo hacer algo por traerlos de nuevo a ese viejo y venerable circuito que ya no existe, el de la producción. De modo que el Flaco se pregunta qué tiene y tiene dos cosas: el frío patagónico y el aparato de Duhalde. Llega con esas dos cosas. Se banca lo de Chirolita y empuja. Por fin, gana. Pero por descarte. Gana porque el Otro, el Gran Embaucador, se va. O sea, el Flaco, que llegó como Chirolita, que llegó por medio de Otro, del Gran Caudillo Bonaerense, gana por defección de Otro, del Gran Embaucador. No soy yo, se dice. Soy un resultado. Llegué por Otro y gané por Otro. Llegué porque Otro me hizo llegar y gané porque Otro decidió perder. Entonces, en esta feroz encrucijada, el Flaco toma la decisión de su vida. Decide inventarse. Sabe, como el hombre sartreano, que es nada. Pero sabe que esa nada le abre el infinito, la tarea vertiginosa de ser sus posibilidades, de elegirse, de darse el ser. El Flaco, entonces, inventa al Flaco. (Que nadie crea, en este punto, que la referencia a la ontología de Sartre es casual, que surgió porque sí. No, el Flaco es sartreano. Lo es, ante todo, porque tiene que inventarse, elegir, y, eligiéndose, darse el ser. Y también es, el Flaco, sartreano, porque como el Gran Virola francés, el Flaco es el Gran Virola argentino. Se le pianta un ojo. El mismo que al autor de la Crítica de la razón dialéctica, el derecho. Suele creerse que esto es un defecto, una carencia. Pero no, el Virola ve más que el pobre tipo que tiene los dos ojos para el mismo lado. El Virola, con un ojo, ve el Todo. Y con el Otro ve lo que el Todo tiene al Costado. O sea, ve el Todo y su Costado. Que alguien diga si puede ver tanto. Privilegio de pocos ver todo eso, ver el Todo y el Costado. Privilegio de grandes. Como Sartre. Como el Flaco.)
¿En qué momento empieza a inventarse, a crearse, a darse el ser el Flaco? Cuando el Gran Embaucador renuncia. Ahí se pone frente a un micrófono y dice: “Sólo este rostro nos faltaba conocerle: el de la cobardía”. Caramba, qué frase. Algo así no sale del aparato duhaldista. Los aparatos dan muchas cosas. Poder, por ejemplo. Pero no inteligencia, que es, siempre, más que el poder, ya que es su creación y no su mera acumulación burocrática. Después el Flaco va al programa de la Señora que Almuerza. Y la Señora que Almuerza le dice eso tan feo, lo del zurdaje que se viene. Y el Flaco le dice “Señora, por esa frase, murieron treinta mil personas en este país”. Y todos empiezan a decir El Flaco es Zurdo, qué Zurdo es el Flaco, qué Zurdaje se viene, cuánta razón tiene la Señora. Pero el Flaco sigue. Es posible conjeturar, aquí, que el Flaco está acostumbrado a que le digan zurdo.
Ahora es el 25. Y el Flaco hizo venir a cada gente, vea. Gente que, pongamos por caso, si ganaba López Murphy, no venía. Pero ganó el Flaco y vinieron. Fidel, Chávez, Lula, un horror. Una verdadera acumulación de zurdaje. Pero el Flaco los quería tener porque es afecto a los buenos recuerdos y dijo, después, en el discurso, que tenía algunos, algunos buenos recuerdos, el de la plaza del 25 de mayo de 1973, por ejemplo, la de Cámpora, Allende y Dorticós. Y dijo pertenezco a una generación diezmada. Y ahí –los que todavía no se habían dado cuenta, se dieron cuenta para siempre– ¡el Flaco es un Flaco de la Jotapé! El Flaco es un Flaco del setenta. Un Flaco de la izquierda peronista. Y si no, vean esa foto que aparece en los diarios: el Flaco, más flaco que ahora, como declinando en una silla, los brazos cruzados, escucha a dos o tres barbudos, circa 1972, en Río Gallegos, y los dos o tres barbudos son la imagen de la “subversión”, son perucas de izquierda de los más bravos, y por ahí el único que queda de esa foto es el Flaco, que los mira y aprende, y cree que del peronismo puede salir algo así como el socialismo, mirá vos las cosas en que creía el Flaco, si habrá sido joven, si habrá sido gil, creer eso, creer eso en lo que creyó la generación más revolucionaria de la historia de este país, la más castigada, la diezmada, como dijo el Flaco. Creer eso, creer que de un movimiento político con un general nazi a su frente podía salir la lucha de clases y la liberación nacional. Pero hay que comprender: el Flaco, en esos años, no leía a Uki Goñi sino a Fanon, a Cooke, a Jauretche, a Hernández Arregui. Y hasta, me juego, el Flaco leía la revista Envido, la única revista teórica que hizo la izquierda peronista, escrita, desde adentro, por flacos de la misma edad que el flaco, que eran, en ese entonces, tan flacos como él, y tan jóvenes y tan apasionados. Que eran, sin más, la izquierda peronista. Reducida después –por el canallismo ideológico de tantos canallas– a la mera historia de los Montoneros, y luego a la mera historia de Firmenich y Galimberti. Y luego al desprestigio y a la despolitización. Porque todos lloran por los desaparecidos pero olvidan en qué creyeron y por qué.
Y por fin, el domingo, el Flaco gana por goleada. Se come la cancha. Se mete a la gente en el bolsillo. Se hace querer. Se crea sí mismo. Es un flaco como cualquier otro. Cruza hacia el Congreso. Un periodista lo hiere. El Flaco llega al Congreso medio ensangrentado. Jura. Juega con el bastón. Tiene el saco desabrochado. Y ahí está Lula. Y Castro. Y Chávez. Y el Flaco está feliz. Y con un ojo los mira a todos. Y con el otro, con el sartreano, de costadito la mira a Cristina.
ECONOMIA › LA REACCION QUE SE ESPERA EN EL ESTABLISHMENT TRAS LA DESAPARICION DE NESTOR KIRCHNER. ESPECULACIONES CORPORATIVAS Y DIVISIONES
Los buitres han vuelto a volar sobre las cúpulas
Entidades del agro desorientadas, bancos que cuidarán que no se cambie el rumbo. La UIA, en cambio, ensaya armados corporativos.
Por Raúl Dellatorre
El bloque Asociación de Empresarios Argentinos y UIA, en el centro de la foto y de todas las miradas. El riesgo de las lecturas equivocadas.
Con la desaparición física de Néstor Kirchner no hay un cambio de gobierno, pero sí un cambio objetivo en el control del poder (la sustitución del ejercicio de mando que el ex presidente ejercía sobre el PJ y los bloques legislativos del FpV, por caso) y, además, el cambio en la observación subjetiva que hagan los distintos actores políticos y económicos sobre la nueva situación. En este sentido, uno de los interrogantes que se empezará a responder en los próximos días es cómo interpreta el establishment, el grupo de presión y poder que representan las cúpulas empresarias, este cambio de escenario. ¿Supondrán que pueda haber un cambio de política en el gobierno de Cristina Fernández? Sería ingenuo. ¿Creerán que se encuentran ante un gobierno más débil que el existente hace una semana? Sería ignorar ciertos hechos de la realidad. Aunque, como dijo uno de los consultados para esta nota, “no hay que sobreestimar al establishment, ni en su poder ni en su inteligencia”. Conversaciones en off con un dirigente empresario de un sector estratégico, un especialista en cuestiones financieras y un ex miembro de gabinete que acompañara parte de la gestión de Néstor Kirchner permitieron hacer una aproximación a las probables conductas que se puede esperar del establishment. Sector en el que, según la conclusión compartida, “no todos son lo mismo” ni reaccionarán de igual forma. Como ya se empieza a ver.
El agro
“Hay actitudes diferentes, porque las lecturas que se hacen son distintas y porque, además, actúan en distintos planos”, señaló una de las fuentes consultadas. “Las entidades agropecuarias, por ejemplo, hicieron una apuesta muy política por el conflicto de las retenciones, más que sectorial. Eso los dejó muy expuestos, y ante esta demostración popular de tan elevada sensibilidad hacia el Gobierno, de reconocimiento e identificación, han quedado desorientados, descolocados políticamente. Hoy no podrían hablarle a la sociedad en los mismos términos de 2008. Además, el productor, “sus bases”, hoy está económicamente mejor que entonces”, describió el ex funcionario de alto rango.
La banca
“El sistema financiero es el sector más sensible cuando se analizan hipótesis de inestabilidad”, sostuvo un especialista de ese sector. “Hoy, la banca nacional está tratando de dar señales de apoyo, de tranquilidad, pero por conveniencia propia. Unos, porque están ligados a operaciones de venta de entidades a capitales brasileños, lo que se podría frustrar si ocurriera algún temblor interno. Otros, porque así como están las cosas, su negocio marcha satisfactoriamente. El rendimiento de los títulos públicos, por ejemplo, fue uno de los principales argumentos de ganancias en lo que va del año, lo que también permitió una revalorización de las entidades. Las cúpulas empresarias del sector (Adeba) lo saben. En todo caso –definió–, si algún esfuerzo harán, es para que el rumbo no se desvíe.” En cuanto a los bancos extranjeros, la apreciación es que “hoy Argentina dejó de ser una preocupación, en todo caso es una filial más en la que, además, tienen buenos resultados. A ellos tampoco les conviene una alteración de la buena evolución económica”.
UIA/AEA
La evolución de los negocios en el sector manufacturero tampoco debería dejar lugar a dudas sobre la conveniencia de mantener el rumbo. Sin embargo, la cúpula sectorial responde no sólo a los intereses económicos de las entidades de base. “Hay un apoyo de la UIA a la gestión de Cristina Kirchner, pero sobreactuado. ¿Qué gobernabilidad tienen que garantizar ellos? ¿Quién les pide que salgan a enfrentar la incertidumbre? No hay necesidad de nada de eso, pero pareciera que se quisiera avanzar hacia un pacto corporativo acelerado con la CGT, entre las grandes cúpulas. El Gobierno no lo necesita, pero el establishment empresario quiere imponerlo”, sostuvo un ex ministro con experiencia en estas pulseadas.
El juego de cúpulas y pactos con los mismos protagonistas tiene antecedentes. Ya durante el gobierno de De la Rúa, y más reiteradamente después de la megadevaluación de 2002, la UIA y la CGT se ofrecieron –a veces, de la mano de la Iglesia– para ofrecer “pactos de gobernabilidad”, “paz social” o fórmulas similares que buscaban, antes que nada, colocar a esos actores en el centro de la escena. La celeridad con la que UIA y CGT empezaron a cruzar “consensos” en estos días –ver nota más abajo– demuestran que algo por estilo pretende recrearse. Exhibir “la mesa del consenso” entre ambas entidades o bajar el proyecto de reparto de las ganancias como una concesión a la gobernabilidad o la pacificación, no puede interpretarse más que como una especulación política en ese sentido.
Si algo no puede pasar inadvertido es que Néstor Kirchner desactivó en más de una oportunidad estos intentos. Y que Cristina es aun menos afecta que su marido a estos armados corporativos: por sus elevados costos potenciales y sus escasos, o nulos, réditos.
Capítulo aparte merece la evaluación de cuál puede ser la conducta del “grupo AEA”, el núcleo de empresarios en el que se reúne el bloque protagonista de las mayores confrontaciones con el gobierno (Clarín, Techint, y otras). Prácticamente todos los consultados coinciden en que su situación no cambia respecto de la previa a la muerte de Kirchner. “¿Pueden pensar que el escenario es más propicio por la desaparición de Kirchner? Sería una equivocación brutal. Cristina nunca fue ajena a esa confrontación, eso está claro, y con lo visto en estos días, políticamente la situación se les complicó”, definió una voz desde el sector empresario, pero expresando la opinión del resto. Lo objetivo, sin embargo, es que el conflicto con estos sectores sigue, y por lo tanto los intentos de presión de un lado (grupos empresarios), y las definiciones de cambios estructurales desde el otro (Gobierno) seguirán en el orden del día. Aunque haya voces que pidan renunciar a esos objetivos, en nombre de una conveniente pacificación
Una idea recurrente es que la economía tiene que ser manejada por un súper ministro, un primus inter pares. La experiencia argentina ofrece varias muestras de ese desequilibrio. La dictadura tuvo a José Alfredo Martínez de Hoz; Carlos Menem, a Domingo Felipe Cavallo; y Fernando de la Rúa llegó al paroxismo de juntar en un mismo gabinete a seis economistas, para luego depositar su destino en Cavallo. Así le fue. En la fase de la globalización con hegemonía conservadora, la economía pasó a ser un ámbito exclusivo de los especialistas a quienes se les debía rendir tributo por su conocimiento. La presencia de un ministro todopoderoso se impuso en el país en un período dominado por el pensamiento neoliberal. Esa misma corriente evalúa que con la muerte de Néstor Kirchner se fue también el súper ministro de Economía del período inaugurado en 2003, revelando de ese modo que entienden poco y nada de lo sucedido en los últimos años. Siguen considerando que es necesario un hombre entendido en el tema por encima del resto para el manejo de la economía. Kirchner demostró que lo aconsejable para obtener resultados positivos es el camino opuesto. Expuso en la práctica con todo rigor que lo indispensable es el liderazgo político sobre la orientación económica. Impuso que la economía debe subordinarse a los objetivos políticos, y no al revés. Se trata de una rebelión cultural del sentido común, que enfrenta fuertes resistencias porque ha desnudado, de forma humillante, la fragilidad técnica y la sumisión al poder de supuestos dueños del saber económico.
El extravío sobre el lugar que cada uno debe ocupar tuvo su máxima expresión cuando dos ex ministros de Economía, considerados exitosos y por encima del resto de sus colegas de Gabinete, pensaron que podían ganar elecciones presidenciales o el Gobierno de la Ciudad. Las urnas no les brindaron las satisfacciones esperadas y regresaron al rincón. A lo largo de estos años se les preguntó a ex funcionarios si Kirchner sabía de economía. Algunos sostenían que no, otros afirmaban que había aprendido y unos pocos le reconocían ciertos conocimientos básicos. Ese interrogante tiene esa matriz tecnocrática de considerar que la política económica es un área reservada para expertos, a quienes el poder elegido por la voluntad popular debe someterse. La pregunta en esos reportajes, que hubiera incomodado a esos colaboradores que pasaron al llano, podría haber sido por qué si Kirchner no era economista y desplazó del trono la figura del ministro de Economía, en ese período se creció a tasas muy elevadas durante tantos años, se amortiguó la peor crisis internacional desde el crack del ’29, se redujo en forma considerable el desempleo y la pobreza, se emprendió un inédito desendeudamiento y se empezó a reconstruir el aparato industrial. La respuesta ausente, que seguirá oculta por esa corriente conservadora, es que la acción política ha sido dominante para la definición del objetivo económico. Es una instancia histórica notable que el liderazgo político haya determinado el ordenamiento económico, dando vuelta lo que se había naturalizado: que el poder político debe estar al servicio de los economistas del establishment. Esto es la subordinación de gobiernos a todas las demandas de las corporaciones, como ha sucedido en décadas pasadas.
El avance extraordinario de que un liderazgo político ejerza la hegemonía en el complejo espacio económico no implica por sí solo garantía de éxito. Representa una importante conquista en la disputa cultural ante el saber convencional, pero no necesariamente se debe considerar que toda decisión política en materia económica sea acertada. Es virtuosa y necesaria la soberanía sobre la política económica, pero ésta puede tener buenos o malos resultados. La elección de los ejecutores de esas decisiones también influye en ese saldo, puesto que esos funcionarios pueden tener mayor o menor habilidad para alcanzar las metas propuestas. En última instancia, de eso se trata la seducción y desafíos de la política, con sus éxitos e intentos fallidos. Y Kirchner, ejerciendo el liderazgo político en el rumbo económico, ha contabilizado resultados en ambos sentidos. Desconocen a Cristina Fernández de Kirchner quienes minimizan su capacidad de liderazgo en el escenario económico. Ha dado más de una muestra al respecto, como la valiente decisión de mantener el control de capitales pese al furioso lobby de la Bolsa. En el propio recinto, ante financistas y autoridades bursátiles, los mandó al psicólogo.
Comprender ese tipo de funcionamiento de la administración kirchnerista, que revalorizó el lugar de la política en la gestión cotidiana, facilita el abordaje de complejos y contradictorios acontecimientos económicos de estos años. Esa forma de ejercer el poder en el área económica no se traduce en que no se requieran técnicos especializados en la materia. Sus aportes son esenciales para fortalecer las metas propuestas. Brindan las imprescindibles herramientas de variada gama en la búsqueda de un determinado objetivo. Kirchner los tuvo y Cristina Fernández de Kirchner también. Como se mencionó, algunos de esos aportes fueron útiles (pagar deuda con reservas) y otros sólo colaboraron para entorpecer la consolidación de un sendero de transformaciones (el plan con el Indec).
Esa forma de ejercer el poder sobre la economía, actitud insolente que otros pudieron tener la intención pero no se animaron y otros directamente ni se lo propusieron, ha abierto un espacio de debate interesante. El elenco estable de economistas del establishment sigue dominando el discurso en gran parte de los medios y en los ambientes empresarios. Se sabe que son incansables en la tarea de confundir. Sin embargo, en estos años de cuestionamiento a ese lugar del economista rey y a instituciones internacionales símbolo de las recetas del ajuste (FMI) provocaron el surgimiento de otras voces. Centros de estudios heterodoxos, organizaciones académicas, blogs de pensamiento crítico ingresaron a la discusión revalorizando el papel preponderante de la política en la economía. Kirchner fue un atrevido en ese desafío, abriendo la posibilidad de que se haga costumbre.
Le piden que no confronte, que baje la marcha, que cambie de estilo, que apele al consenso, que sea racional, que no polemice, que purgue la tropa, que escuche consejos que antes no escuchaba, que garantice la gobernabilidad. Le ponen ejemplos de líderes cautos, que no desafían, que ya maduraron, que aceptan el orden como natural y de opositores con ideas de izquierda, con convicciones y responsabilidad, que sólo se animan cuando su proyecto es testimonial. Le dicen que está débil, que se quedó sola, que los que responden no responderán, que el poder es macho, que ya lo enterraron y que lo mejor es apechugar.
Quieren que camine sin dejar la huella, que vaya despacio, que no profundice, que sólo administre, ya sin molestar. Que piense en diciembre de 2011 como su mejor final. Que no hable con Chávez, que deje a Moyano, que abra los mercados, que se integre “al mundo” y que las ganancias queden donde están, que ya no subsidie, que recorte el gasto, libere tarifas, enfríe la demanda y deje actuar al viento de cola, que con eso alcanza, que no le adjudique a su movimiento ese crecimiento que sólo la soja pudo provocar. Que ya no toque las reservas y que vuelva al Fondo Monetario Internacional. Que baje los humos, que no cacaree, que no divida a la sociedad, que no se entusiasme con todos los jóvenes que vio llorar, que a ellos se les pasa, que ella no es Evita, que no se la crea porque le va a ir mal.
Quieren otra etapa, más “republicana”, con más pragmatismo y resignación, sin leyes de medios, con más progresistas que sólo le apunten a la corrupción. Con falsos consensos que oculten el conflicto y la dominación. Ya sin jacobinos, con muchas palomas y pocos pañuelos. Con menos pasado y sin ánimo de hacer historia. Quieren un gobierno dócil, con menos política y más gestión, ya sin “crispación”, “odio” ni “rencor”.
Le piden a Cristina Fernández de Kirchner que deje de ser lo que es.
La presidenta lo llamaba así cuando quería retarlo y también cuando buscaba elogiarlo. Con picardía, con amor, lo hizo de nuevo en la despedida.
Las manos sobre el cajón, deslizándose como en una caricia. Lo vieron todos. Por televisión o cuando desfilaron ante el féretro que atesoraba los restos de Néstor Kirchner. La imagen recorrió el país. La presidenta, digna, tocando el ataúd en la Galería de los Patriotas del Bicentenario. Pero muy pocos pudieron escuchar el susurro que Cristina le dedicaba al ex presidente. Un murmullo que en parte también era un reto, un reto lleno de complicidad, y del que sólo fueron testigos los amigos, los familiares directos. En el momento más duro de su vida, en la situación más difícil de su carrera política, Cristina desnudaba sin proponérselo una intimidad de su relación de pareja. El alias con el que llamaba a su esposo, un sobrenombre con el que solía retarlo o elogiarlo según la circunstancia: “Caprichoso”. “Caprichoso, caprichoso”, era el comentario que repetía la presidenta en voz muy baja durante el velatorio.
Los diccionarios virtuales de Internet, recurso práctico de quien escribe contrarreloj, asocian el término capricho con voluntad, testarudez, empeño. Habrá sido por eso, habrá sido por conocerlo en toda su humanidad: lo cierto es que Cristina lo llamaba “caprichoso” desde siempre. En la tarde del jueves y la madrugada del viernes, en la despedida organizada bajo los retratos de Juan Perón y Salvador Allende, la presidenta murmuró varias veces el “caprichoso”. Se lo dedicaba a Néstor. Con picardía, con amor. Sus palabras fueron escuchadas, en silencio, con respeto, por la gente que la rodeaba en primera fila en la Galería de los Patriotas. Los testigos de la escena no la olvidarían fácilmente. Y la mejor prueba de eso llegó a las pocas horas, cuando comenzó el responso religioso en la capilla del cementerio de Río Gallegos.
Con la jefa de Estado y sus hijos Máximo y Florencia en el primer banco de madera, que compartían con la madre de Néstor y el presidente de Venezuela Hugo Chávez –el estadista que eligió acompañar a su amigo hasta el final–, la ceremonia fue austera y bien intimista. Los cuatro sacerdotes que hicieron el responso recordaron al ex presidente en un relato colectivo que incluyó citas bíblicas y comentarios cariñosos sobre la emotividad a flor de piel del hombre nacido en Río Gallegos. Los cuatro curas conocían mucho a Néstor. Dos eran amigos de bastante confianza. Eran Teo Ascona y Sergio Soto, ambos de Río Gallegos; Carlos Álvarez, a quien todos llaman “Lito”, párroco de El Calafate y quien ofició la primera misa en homenaje a Kirchner pocas horas después de su fallecimiento; y Juan Carlos Molina, de Caleta Olivia, allegado a Alicia Kirchner.
Molina fue uno de los mediadores en el conflicto con los petroleros tras el crimen del policía Jorge Sayago, el hecho que sacudió al gobierno en febrero de 2006. También dirige la Fundación Valdocco, ONG que lleva el nombre del barrio de Turín donde Don Bosco comenzó su obra dedicada a los jóvenes. (Fundador de la orden salesiana de la Iglesia Católica, dedicada a la educación en todo el mundo, Juan Bosco fue el primer sacerdote que comenzó a trabajar con los chicos de la calle, huérfanos, pobres, en su Italia natal. Al día siguiente de su muerte, Juan Bosco fue declarado santo por el Vaticano.) Molina fue quien eligió la cita de la Biblia que se leyó en la ceremonia.
“Lo que le hagan a uno de estos pequeños, me lo hacen a mí”, fue la frase más fuerte del fragmento bíblico. Según el relato de los Evangelios, Jesucristo pronunció esa expresión para retar a sus apóstoles. Estos habían intentado echar a unos niños pobres que andaban merodeando y que, supuestamente, interrumpían el descanso de su maestro. Molina parafraseó el reto de Jesucristo a sus seguidores y lo comparó con el carácter de Kirchner, con su disposición a hacer todo lo que se pudiera por los sectores más postergados de la sociedad. La otra frase impactante de la ceremonia fue obra del cura “Lito”. Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que habían volado hasta Río Gallegos –Estela de Carlotto, Taty Almeida, Marta Vázquez– la seguían citando tras subirse al ómnibus que las llevaría de nuevo al aeropuerto. Todavía estaban conmovidas. “Hay hombres que mueren y otros que dan la vida. Néstor no murió, dio la vida por una causa, por eso resucitará en todos nosotros”, dijo el párroco de El Calafate mientras Cristina abrazaba a su suegra, la chilena descendiente de croatas María Ostoic, muy devota. El responso continuó con un diálogo imaginario entre Molina y el propio Kirchner: el cura de Caleta Olivia le hablaba al ex presidente como si estuviera allí, escuchando en silencio. Como si fuera uno más de los visitantes sentados en esa pequeña capilla al sur de todo. “¿Sabés, Néstor, lo que pasó en estos días?”, comenzó el diálogo imaginario. Y Molina le contó a Kirchner todo lo que había pasado desde su muerte, todo lo que había pasado en la Argentina desde el miércoles 27 de octubre a la mañana.
Molina le contó a Néstor –y así lo revivieron su esposa, sus hijos, su hermano Chávez, Alicia, los diputados Eduardo Fellner y Agustín Rossi– que el grito que más se oyó en su velatorio había sido “Gracias por devolvernos la dignidad.” Le dijo que eso lo convertía en un patriota. Después le contó que había entrado a la Casa Rosada en un féretro de presidente y que se había ido en un féretro del pueblo, entre el amor popular, cubierto de flores, banderas, postales y cartas. Por último, con Cristina en primera fila, le relató que durante todo el velatorio dos manos lo habían tocado, que habían acariciado el ataúd, llamándolo una y otra vez “caprichoso”.
“Y fue tu capricho el que hizo que el país llegara hasta dónde llegó”, le agradeció el cura Molina en nombre de todos. Así terminó la despedida. Y esta nota
"La obra de Kirchner marcó el camino de una Argentina próspera y soberana"
Publicado el 31 de Octubre de 2010
Por Luiz Inácio Lula Da Silva
Presidente de Brasil Exclusivo para Tiempo Argentino
Son estos días tristes para todos nosotros. Quiso el destino que el ex presidente argentino y secretario General de la Unasur Néstor Kirchner nos dejara tan pronto y de forma repentina.
Es un momento de dolor que comparto con todos los argentinos y con la familia Kirchner, representada por esta mujer y líder extraordinaria que es Cristina Fernández, cuya dignidad en el sufrimiento refleja, de manera conmovedora, las virtudes del pueblo argentino.
Vine a Buenos Aires para despedirme de mi amigo Néstor, con quien compartí importantes momentos en la vida política.
Encontré al país y a su pueblo consternados por el fallecimiento de ese gran hombre, ciertamente uno de los mayores líderes que la Argentina vio nacer en las últimas décadas de su historia.
Tuve en Néstor un socio de gran coraje y un compañero de lucha en la defensa del bienestar y la integración de nuestros pueblos.
Trabajamos juntos por la aproximación de nuestros países y sociedades.
Dimos pasos históricos que consolidaron, en el marco de una nueva y profunda identidad de valores y aspiraciones, el entrelazamiento de la Argentina y del Brasil como países hermanos en el sentido pleno de la palabra.
Arduo defensor de la integración regional, Néstor Kirchner enfrentó con su característica osadía el desafío de convertirse en el primer secretario general de la Unasur, ayudando a hacer de Sudamérica una región de paz y cooperación y un actor político global.
Por su coraje, independencia, firmeza de propósitos y sentido de lealtad al pueblo argentino y sudamericano, la figura de Néstor Kirchner quedará para siempre registrada en nuestra memoria como fuente mayor de inspiración.
Kirchner deja para la gran Nación Argentina un importante legado.
Estoy seguro de que encontraremos fuerza para superar la sensación de tristeza y vacío de esta despedida en el semblante más esperanzado de los hombres y mujeres de este país que llevarán adelante, siguiendo la senda marcada por la obra de Kirchner, el proyecto de una Argentina libre, próspera, democrática y soberana.
Una Argentina de paz y de muchas conquistas en lo social.
A nosotros nos queda el mensaje de que debemos superar la inercia y las resistencias que, a lo largo de los 200 años de la vida política independiente, dificultaban los caminos de la unidad.
De que es necesario superar las diferencias momentáneas y hacer de nuestra unión un objetivo estratégico a ser perseguido con tenacidad, transformando en realidad el sueño de nuestros próceres y libertadores.
Estoy seguro de que la Argentina superará este momento difícil, así como supo hacerlo en otras encrucijadas de su historia.
Es necesario saber honrar la memoria de Néstor Kirchner. Su sueño de soberanía, unidad y justicia social seguirá siendo nuestro norte.
El nuevo escenario de la Argentina sin el ex presidente
La herencia de Néstor Kirchner es un llamado a profundizar el modelo
Publicado el 31 de Octubre de 2010
Por Hernán Brienza
Cómo serán los primeros pasos de Cristina después de que miles de personas se movilizaran para expresarle su apoyo. El protagonismo de la juventud, el respaldo de los sindicatos y el creciente rechazo a Julio Cobos. La pelea que se viene.
En la mayoría de las muertes políticas o privadas el momento más significativo, aquel que marca el no retorno, el que hace patente la ausencia, es cuando el féretro es depositado en el fondo del pozo y las paladas de tierra comienzan a sepultarlo. En ese momento los familiares y amigos toman conciencia verdadera de que nunca más van a ver a ese ser querido. Con los restos de Néstor Kirchner ocurrió algo diferente: millones de argentinos tomaron conciencia de que su adiós era para siempre en el momento que ese avión blanco despegó rumbo a ese cielo plomizo que el viernes cubría Buenos Aires. Esas fueron las últimas imágenes, el último adiós, la despedida, también de los miles de personas que llegaron hasta el Aeroparque Jorge Newbery para despedir el cuerpo de su líder, que se dirigía al cielo, en la aeronave, claro.
El día después al duelo siempre suele ser el más duro. La ausencia es real, y al mismo tiempo hay que empezar a prever que la vida sigue. Y que la política –en su forma más descarnada, ya como lucha, enfrentamiento, se irá agudizando con el paso de los días– no va a dar tregua. Durante estos días el factor común fue la emoción, la pasión, el incordio, la alegría, ya se trate de kirchneristas o no kirchneristas. Ahora es tiempo de reflexionar sobre lo que ha pasado y sobre lo que podrá ocurrir en los próximos tiempos.
¿Qué ocurrió? Murió el conductor del proceso kirchnerista, el hombre que lo inició y el encargado de establecer alianzas y enemistades. El estratega, el hombre que manejaba las riendas de la economía en el gobierno, y al mismo tiempo podía manejar con puño blindado el armado político hacia el interior del peronismo, incluyendo al movimiento obrero organizado. En términos estrictamente políticos la pérdida del conductor obliga a redefinir, no el estado de cosas, si no quién ocupará ese rol.
A esa muerte se sumó un fenómeno social que no estaba previsto en la agenda política de nadie: la respuesta de la militancia política y de miles de personas no encuadradas que se sintieron interpeladas por la muerte del ex presidente. Que se reconocieron en esa muerte, que se sintieron parte de ese proceso sin saberlo, pero que no participaban del proceso kirchnerista. Las preguntas que hay que responder ahora son ¿qué significa esa legitimidad? ¿Es un apoyo preexistente que se fortaleció? ¿O existe una nueva legitimidad? Es decir, ¿amplió el kirchnerismo su base social y política o sólo enfervorizó a los convencidos? ¿Logró acercarse a nuevos sectores de la sociedad que permanecían indiferentes o sólo maduró lo cosechado en estos años?
De cómo se responda esta cuestión dependerá también en buena manera el futuro de ese nuevo fenómeno que se llama kirchnerismo y que excede, atraviesa y al mismo tiempo contiene al peronismo. Porque si el gobierno logra extender su brecha de popularidad –en términos cuantitativos pero cualitativos, es decir, profundidad de apoyo y militancia– es posible que pueda llegar a las elecciones del año próximo con la fortaleza suficiente como para continuar con el proceso de profundización del modelo de crecimiento productivo –apoyado en la renta extraordinaria de la soja– con inclusión social.
Porque, además, si el “estilo” de la presidenta logra convocar a nuevos sectores progresistas, de clase media, o hasta ahora despolitizados y, por lo tanto, mover la aguja de su imagen positiva o la intención de voto a su favor, se convertirá en la clave para disciplinar hacia el interior del peronismo en el que, como se sabe, sus hombres fuertes apuestan siempre a ganador. Y, sobre todo, apuestan a quienes puedan aportarle votos en sus disputas territoriales más pequeñas.
Ya las primeras encuestas hablan de un fortalecimiento del espacio que se conoce como kirchnerismo pero, también es cierto, hay que ver cómo se consolidan las tendencias. Según la encuestadora Ibarómetro (ver aparte), ante la noticia del fallecimiento de Kirchner, un 67,8% de los consultados dice que sintió tristeza, a un 12,9% le fue indiferente y un 5,2% se alegró. Además, las cifras aseguran que el 74,6% de los entrevistados hace una evaluación positiva de la presidencia de Néstor Kirchner y sólo un 15,8% hace una evaluación negativa de su presidencia.
Este impacto en la opinión de la gente también se traslada a la imagen de Cristina Fernández, ya que un 62% piensa que ella puede liderar el proyecto de país iniciado por Néstor Kirchner y recoge una imagen positiva de 68,5%, es decir, subió 20 puntos. El dato significativo de la encuesta es que si las elecciones fueran hoy, la presidenta ganaría en primera vuelta sin adversarios cercanos. Según la encuesta, el 44,5% la votaría a ella como futura presidenta, seguida por Julio Cobos (11,8%), Mauricio Macri (10,1%), Eduardo Duhalde (8,1%) y Pino Solanas (3,8%).
Pero pese al impacto en las encuestas –tendencias que deberán ser solidificadas con hechos políticos actos en los próximos días– hay una pregunta de orden interno que hay que contestar: ¿Quién remplaza a Néstor Kirchner? Nadie, claro. Con Cristina Fernández integraban un equipo muy difícil de sustituir: él significaba el armado político más pragmático, ella significa las convicciones y la buena imagen presidencial frente a gran parte de la sociedad argentina. Él tenía un carisma más arrabalero, ella tiene un carisma basado en la elocuencia de sus palabras. ¿Cómo se remplaza el armado de la estrategia política? Los encargados de esa tarea serán “El Chino” Carlos Zanini, Julio De Vido y Aníbal Fernández que integrarán la primera línea de operadores políticos hacia adentro del peronismo. Y después, todavía es muy temprano, habrá que analizar quiénes operan en otros ámbitos sociales.
Daniel Scioli, que hasta hace unos días coqueteaba con la ambigüedad para subir su precio hacia el interior del kirchnerismo, ya hizo pública su lealtad política hacia la presidenta Cristina. Si no entra en un proceso de “cobización” tendrá un rol fundamental en la relación con los demás gobernadores, por la sencilla razón de que es uno de ellos y que, además, cuenta con capital político propio y, al mismo tiempo, se asegura el centro de la escena para 2015. A favor de Scioli hay que decir que ha demostrado siempre ser un leal acompañante de sus dirigentes políticos, virtud que no abunda en las arenas políticas. Y también hay que agregar que una cosa es Scioli con el apoyo de ese nuevo espacio social que se hizo presente en la Plaza, y otra muy distinta es Scioli con ese espacio en contra.
Otro que tendrá una gran responsabilidad en el sostén del actual proceso político es Hugo Moyano. Si Scioli tiene la posibilidad de contener a los intendentes bonaerenses por su condición de gobernador, la presencia del líder de la CGT en el peronismo distrital genera cierto recelo por la razón de que “a Moyano no lo votó nadie y es inmanejable”. Si hasta ahora estaba Kirchner para controlarlo, los intendentes temen ahora que se vuelva inmanejable. Pero más allá de las rencillas provinciales, Moyano puede llegar a cumplir un papel importantísimo en los próximos meses. Primero, puede aportar al mantenimiento de la paz social con un apoyo irrestricto al gobierno. Segundo, está en condiciones de realizar un pacto social con un importante segmento del del sector empresarial argentino –anudar un acuerdo con la UIA y dejar sola a la AEA (liderada por Magnetto), que ahora intentará ir por todo. Tercero, podrá manejar el conflicto social en las calles de Buenos Aires con la gran capacidad de movilización que cuenta la CGT. Podría Moyano actuar en una dirección distinta, pero hay dos cosas que se lo impiden: el indeclinable apoyo público que realizó después de la muerte de Kirchner, y la certeza de que el movimiento obrero organizado no tiene otro espacio real que el de compartir el actual modelo de inclusión y participación social. No pareciera tener cabida la actual CGT en un futuro gobierno de Ricardo Alfonsín, Julio César Cobos, Mauricio Macri o Eduardo Duhalde, por ejemplo, quien ya eligió a Luis Barrionuevo como su líder sindical.
El que no tiene ningún problema en profundizar su proceso de “cobización” es justamente el propio Cobos. Aferrado a su sillón vicepresidencial como garrapata a perro de campo, debe haber tomado nota de esas cientos de miles de personas que le pedían la renuncia. Y también debe haber tomado nota de que ahora su rol de conspirador y golpista tiene mayor peso. Cuando en el 2001, Carlos “Chacho” Álvarez renunció a su cargo para allanarle el camino al estrellato a Fernando De la Rúa, demostró que no tenía verdaderas intenciones de desestabilizar al gobierno de la Alianza. La irresponsabilidad, la especulación mezquina y desagradable del mendocino demuestran que sólo está allí para aprovechar la posibilidad de obtener la presidencia a través de la desestabilización y el complot permanente.
La actitud de Cobos, claro, también pone al radicalismo frente a la imagen que devuelve el espejo: la UCR deberá definir en las próximas semanas si intentará volver al gobierno a través de las elecciones –como pretende Ricardo Alfonsín, quizás el dirigente radical que mejor entiende el proceso político actual– o a través del zarpazo pérfido que planea el actual vicepresidente. Dentro del panradicalismo, Elisa Carrió deberá explicar qué tipo de relación tiene con su Dios, ya que después de tanto orar y orar para que Cristina enviudara, sus conjuros surtieron efecto. En diciembre de 2008 declaró que “sería divino” si Cristina enviudara. Por suerte, no estamos en la Edad Media, porque muchos podrían querer mandarla a la hoguera acusándola de bruja. Truman Capote dijo alguna vez “se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas”. Carrió debería aprender de una vez por todas que ciertos silencios son más valiosos que las palabras irresponsables.
Otro factor a tener en cuenta es la oposición de facto al gobierno nacional. Es decir, el los medios de comunicación hegemónicos como Clarín y La Nación, la AEA, la Sociedad Rural, cierto sector de la UIA y los delegados locales de los organismos multilaterales de crédito. Más brutal que el empujón que pueda asestar la oposición política o parlamentaria –apenas quedan tres sesiones más en el Congreso antes del receso– la presidenta deberá aguantar el empellón del empresariado argentino que creerá que muerto el perro se acabó la rabia. El problema es que quienes conocen a Cristina Fernández saben que ella es tanto o más rabiosa que lo que fue su marido. Y que quien se apoyaba más en las convicciones políticas más que en el pragmatismo era justamente ella. En este esquema, además, es que podrá jugar un rol fundamental el movimiento obrero organizado y la militancia juvenil, poniéndole coto a las intenciones de aquellos que quieren volver a un modelo de acumulación de la riqueza y de concentración económica y política.
Por último, el nuevo elemento que emergió en los últimos días es el de la juventud. La mayoría de los que fueron a la Plaza de Mayo no superaban los 30 años. Son un capital político invaluable no sólo hoy, sino para más adelante. Es por eso que el kirchnerismo tiene la obligación moral de dotarlos de las herramientas organizativas necesarias para que se conviertan en un fuerte actor en los próximos años para que ayuden a inclinar la balanza a favor del modelo productivo y de inclusión social que se instauró en 2002 y se profundizó de 2003 en adelante.
Hasta aquí los factores endógenos que pueden influir en la construcción de poder que puede liderar la presidenta de la Nación. Hasta aquí los apoyos con los que puede contar, los obstáculos que deberá enfrentar y los enemigos brutales a los que deberá hacerle frente. Pero lo más importante de todo, aquello que definirá la política argentina de los próximos años, no está en el afuera. El futuro depende, en parte, de una sola cuestión: de la voluntad política de Cristina Fernández de Kirchner. Será ella, en su estrictísima soledad, la que deberá tomar esa decisión. El legado y el recuerdo de su marido, los miles de militantes en la Plaza, los millones de incluidos, el desendeudamiento externo, los 50 mil millones de reserva en el Banco Central –botín por el cual se relamen los neoliberales y los organismos internacionales de crédito– el fervor político de buena parte de la sociedad, el camino hacia la Unasur, el tenor que entonaba el Ave María, los millones de pibes que reciben la Asignación Universal, la abuela pobre que lloraba desconsolada ante el cajón, los gays que ahora tienen derechos para defender, los trabajadores que ahora se defienden en las paritarias, los millones de argentinos que viajan a sus trabajos subsidiados pueden influir y hasta obligar a tomar esa responsabilidad histórica de conducir ella sola todo el proceso. Pero es ella en su intimidad la que deberá decidirlo. Se vienen meses difíciles. Ya nada será lo que fue. La política se volverá una práctica dura. Y seguramente habrá más de un golpe. Se avecinan tiempos de pelea. Y habrá que pelearla.
LA NACION
Domingo 31 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa
El país ha perdido al jefe de la estructura política gobernante y, en los hechos, al ministro de Economía de los últimos cinco años. Ese vacío no lo podrá llenar una militancia activa y, a veces, sectaria, ni la invocación al supuesto renacimiento de un kirchnerismo confuso e inasible. La propia solidaridad social que la Presidenta recibió y recibirá, razonablemente, en las próximas semanas no es un termómetro definitivo de la política. ¿Está dispuesta Cristina Kirchner a aceptar que la política no se rige por lo excepcional, sino por reglas más prosaicas y permanentes? O está decidida, acaso, a dejarse llevar por la mística de una épica etérea y exaltada para conducir la nación política?
El kirchnerismo resucitó con una muerte , se oyó decir cerca de la Presidenta. ¿Qué es el kirchnerismo? ¿Qué era? Era, fundamentalmente, una corriente política que respondía a la dirección de un líder duro e implacable. Sin embargo, Néstor Kirchner nunca definió el contenido de ese modelo, que lo constituía, sobre todo, un proyecto personal de poder.
Kirchner capturó las estructuras provinciales del peronismo y a sus líderes, mediante la generosidad financiera o el castigo implacable hacia los gobernadores, con la sola excepción de la provincia de Buenos Aires. Conocía demasiado bien la historia de Menem, que dependió siempre del liderazgo bonaerense de Duhalde, y decidió cambiar el método. Cooptó intendente por intendente en el rebelde y áspero conurbano, pero ni siquiera les explicó a ellos qué es lo que quería hacer con ese poder. Tampoco se lo preguntaron. Eran los gobernadores e intendentes los que arrastraban voluntades: ¿cuánto de kirchnerismo había entre esos seguidores?
Su política de derechos humanos, sus hábiles eslóganes y las batallas contra el campo y los medios que no le eran adeptos le sirvieron, sin embargo, para construir una militancia joven, pasional, como siempre, y convencida de que la revolución está a la vuelta de la esquina.
A pesar de todo, Néstor Kirchner era, en el frente y en el fondo, un peronista que sólo aspiraba a cambiar algunas políticas, no todas, instauradas por Menem en los años 90. Le interesaba más la creación de una imagen que la esencia de ella. Mírenme, no me escuchen , les decía a los periodistas que intentábamos interpretarlo. El peronismo lo reconocía suyo, como lo hizo suyo a Menem en su momento.
El kirchnerismo es, entonces, una invención de su creador, y su capacidad de supervivencia está a prueba. Hay algunas señales, malas, de ciertas innovaciones que hizo el kirchnerismo. Una de ellas (quizás la que más se notó en los días de dolor y luto) fue el paréntesis de los últimos años en la enseñanza democrática que todos los gobiernos desde 1983, con sus más y sus menos, habían hecho. Esa lección consistía en que la democracia es un sistema político de luchas, de negociaciones y de acuerdos que sólo excluye a la violencia. Kirchner nunca predicó ese evangelio; ni siquiera repudió la violencia.
La consecuencia fue predecible. Hubo en las horas de velatorio algunas ráfagas de intolerancia verbal, que se acercó peligrosamente a la agresión física, por fortuna sólo en algunos casos puntuales. Los políticos opositores fueron hostigados y algunos periodistas críticos, sobre todo Alfredo Leuco y Fernando Bravo, estuvieron a punto de ser víctimas de la agresión. Había hostilidad hacia nosotros , dijo un alto dirigente radical que llegó a estar a dos metros de la Presidenta en la capilla ardiente. La Presidenta no aceptó saludarlo.
Los opositores destacaron la afectuosa predisposición para recibirlos que tuvieron los peronistas José Pampuro, Miguel Pichetto y Agustín Rossi (los peronistas-peronistas , según los definieron). Pero la cordialidad de ellos se cortaba en seco cuando se acercaban al círculo del cristinismo puro y el comando de la ceremonia era tomado por los más cercanos a la Presidenta. Ese relato puede ser útil para describir a una jefa del Estado más segura que nunca de su potestad para decidir por sí sola la dirección del país y para reponerse sin ayuda de nadie de la muerte repentina de su esposo.
Héctor Timernan tiene un problema insoluble: no sabe distinguir cuándo un momento es oportuno y cuándo no lo es. Haber anunciado la candidatura presidencial de Cristina Kirchner, con cierta sonrisa, mientras velaban aún a Néstor Kirchner, fue un acto insensatamente prematuro y de dudoso buen gusto. ¿En nombre de quién lo hizo? No de la Presidenta, que todavía estaba estragada por el dolor. Tampoco del peronismo, que el canciller nunca frecuentó. ¿Para qué, entonces, si no representaba a nadie?
El peronismo se había fracturado entre el kirchnerismo (que tenía un líder claro e indudable) y el antikirchnerismo, carente de líder y conducido por un consorcio. En la intimidad, el peronismo venía debatiendo si esa fractura no lo condenaría a la derrota electoral frente a un radicalismo con dos líderes con buena imagen. La desaparición abrupta del líder del kirchnerismo está llevando ese debate a una conclusión. Un jefe ya no está: ¿por qué no averiguar la posibilidad de una reunificación del peronismo y buscar un candidato consensual ? Los nombres de Carlos Reutemann y de Daniel Scioli son los que más se escucharon en las últimas horas entre peronistas que se mojan en las aguas de aquí y de allá.
¿Y Cristina Kirchner? La Presidenta tiene dos perspectivas seguras: los barones del peronismo no la dejarán sola frente a la responsabilidad del gobierno (¿por qué lo harían?) y ningún presidente tiene negada de antemano la posibilidad de una reelección. Pero tendrá que ponerse a trabajar en ella. El problema de la Presidenta es que, al revés de su marido, es una peronista sólo emocional, pero distante de la estructura del peronismo. No la conoce, no le gusta y, encima, la aburre. El peronismo, por su parte, nunca la consideró una dirigente cercana.
Acostumbrada a explayar sus grandes ideas sin que nadie la interrumpa, le será difícil aprender el ejercicio del toma y daca al que obliga la práctica concreta de la política. Eso lo hacía su esposo. El suyo fue el primer gobierno que le encargó la mecánica política a una persona que estaba formalmente fuera del gobierno. La Presidenta deberá explorar ahora otras formas. Ya comprobó, en vida de su marido, que el poder no se delega; el liderazgo, tampoco.
Néstor Kirchner jamás hubiera destratado, por ejemplo, a Hugo Moyano como ella lo hizo junto al féretro de su marido. Cierta razón tenía Cristina Kirchner. En la última noche de su vida, el martes último, Néstor Kirchner debió aguantar en El Calafate una dura conversación con el líder camionero. No se sabe si la causa fue porque casi ningún kirchnerista concurrió a una reunión del peronismo bonaerense convocada por Moyano o si éste se quejó porque Kirchner no frenaba la mano del juez Claudio Bonadío, que ya lo tiene entre las cuerdas. La cercanía de los jueces preocupa a Moyano más que los desertores del peronismo.
Kirchner murió, cuentan, con la obsesión del crimen de Mariano Ferreyra. ¿Quién apretó en verdad ese gatillo?, se preguntaba sin tregua. Caviló sin descanso sobre eso durante sus últimos días en El Calafate. Imaginó que lo podía inculpar a Duhalde, pero no era Duhalde. Las fotos de sus ministros con un barrabrava acusado del homicidio lo tumbaron. ¿A quién respondía José Pedraza cuando ordenó que fuera armada una fuerza de choque? ¿Estaba detrás de él la corporación sindical? ¿Hubo una conspiración? Era posible. Pero, ¿de dónde venía? Murió sin que lo asistiera una sola respuesta.
Lo que no sabía es que Amado Boudou se quedaría sin ministro. Kirchner fue el ministro de Economía desde que se fue Roberto Lavagna, el último jefe real del Palacio de Hacienda. Los demás ministros, incluido sobre todo Boudou, eran meros secretarios de Estado; sólo aprendieron a gastar. Kirchner era el que sabía con qué plata se contaba y dónde estaba.
Hay muchas señales de alerta en la economía argentina, pero la mayoría pertenece todavía al debate académico. Hay un solo trauma que está en la certeza colectiva: la inflación, cuya riesgosa presencia es aceptada por los economistas, las amas de casa y los verduleros. No hay equipo ahora para desafiar ese peligro.
La Presidenta podría creer que la economía y la política se resuelven sólo con la promesa de un proyecto entrañable, heroico y aéreo. Sería el triunfo de la voluntad sobre la ciencia, de la inspiración sobre la inteligencia.
Pino Solanas pidió a la oposición "defender más que nunca la institucionalidad"
30/10/10 - 12:56
El diputado de Proyecto Sur reclamó "ayudar a que el país se recomponga" y aseguró que no sabe cómo el oficialismo "solucionará el vacío" político que dejó Kirchner con su muerte.
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El diputado de Proyecto Sur Fernando "Pino" Solanas llamó hoy a la oposición a "defender más que nunca la institucionalidad" y "ayudar a que el país se recomponga". Opinó además que no sabe cómo el oficialismo "solucionará el vacío" político que dejó Néstor Kirchner con su muerte.
"No sé cómo se solucionará el vacío de un hombre que cubría tantos flancos", deslizó Solanas, y aunque aclaró que de ninguna manera estaba "negando las capacidades de la presidenta" Cristina Fernández, recordó que Kirchner y la mandataria "fue una pareja que repartió sus roles a lo largo de sus vidas y se complementó" políticamente.
Más allá de su actitud conciliadora, el cineasta reiteró sus críticas al Gobierno por la "manera con que manejaron el Congreso nacional y cómo se ha distorsionado la vida institucional del país", lo que calificó de "inaceptable".
Más adelante, Solanas reflexionó que, además de los reacomodamientos lógicos frente a la muerte de un "líder" como Kirchner, "está la lucha por el poder, que eso existe y nadie lo va a poder parar, ni con este gobierno ni con nada".
"Hay que ayudar a que el país se recomponga y hay que tener respeto y sincero afecto para con esta juventud y este pueblo que llora a su líder. Hay que respetar el dolor ajeno y dejar que la Presidenta vaya resolviendo con sus colaboradores esto", enfatizó.
Solanas insistió en destacar "la madurez con que reaccionó, el respeto y la actitud solidaria de toda la dirigencia política" ante el repentino fallecimiento del ex jefe de Estado. "Demostró que no ha habido mezquindades y esto es un signo de madurez importante", aseguró.
5-Hambre de Soja este documental le permitirá descubrir la otra cara del cultivo de la soja transgénica en la Argentina. La soja permite aumentar la producción, pero produce la desertificación del suelo, una masiva contaminación ambiental, pérdidas irreparables en la biodiversidad de ambientes naturales, la desaparición de alimentos básicos y un aumento de la desocupación, el hambre y la indigencia. Direccion: Marcelo Viñas
6-muro AntiterroristaExplica que la valla es una consecuencia directa de la ola de atentados suicidas y de la política palestina de incentivar el terrorismo. Israel no anexó territorios, ni determina límites políticos ni geográficos, ya que las fronteras entre el Estado de Israel y un futuro Estado palestino sólo serán determinadas en negociaciones de paz. Israel reivindica el derecho y la obligación de todo gobierno de garantizar la vida de sus ciudadanos y asegura que no existe otra manera de defenderse de los terroristas que mediante una separación física. "La valla es reversible; Las vidas humanas, No".
7-De Nuremberg a Nuremberg De Nuremberg a Nuremberg, el último trabajo realizado antes de su muerte, en 1990, por el cineasta y documentalista Frederic Rossif. Un magnífico documental histórico que gira en torno a los juicios del final de la Segunda Guerra Mundial. Montado a partir del material de archivo, se explica con rigor y sencillez el período comprendido entre 1935 y 1946. Es decir, desde que Hitler alcanza el poder absoluto en Alemania hasta los jucios de Nuremberg, en los que, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, se juzga de crímenes contra la humanidad a destacados dirigentes nazis.
10-LA SOJA - INFORME DE LA LIGA "Este es el informe realizado por La liga sobre la soja transgenica, los agroquimicos y pesticidas utilizados con su impacto en medio ambiente y en las personas que toman contacto con ellos. Tambien muestran a el representante agropecuario Alfredo de Angeli mostrandose ignorante de las consecuencias que su propia industria genera. "
12-PROMISESDOCUMENTAL En el marco de la situación que se vive en Oriente Medio, PROMISES nos ofrece un retrato humano del conflicto palestino. A partir de los testimonios de siete niños (de 9 a 13 años), conoceremos lo complicado que es crecer en Jerusalén. Aunque los niños viven a sólo veinte minutos de distancia entre sí, habitan en mundos radicalmente diferentes, prácticamente incomunicados, y son conscientes de la situación. Su visión de las cosas está modelada por las imposiciones de los adultos que les rodean. Pero este grupo ha decidido saltar las barreras para encontrarse con sus vecinos.
18- Arnas-children - Los chicos de Arna - Documental - Juliano Mer Khamis, director israelí de cine, aseguraba en Barcelona, tras la presentación de su documental "Los chicos de Arna": "sólo espero que tras ver esta película todos vosotros recordéis que los suicidas y resistentes palestinos son personas con nombre y apellidos, con una historia trágica tras de sí. La próxima vez que en un telediario os informen sobre el último ataque suicida palestino en Israel, recordad a los chicos de Arna".
19 - La bicicleta verde - Wadjada La bicicleta verde es una película germano-saudí dirigida por Haifaa al-Mansour en 2012. La película fue el primer largometraje dirigido por una mujer en la historia de Arabia Saudí.
20 - The other son - "El Otro Hijo" dos jóvenes -uno israelí y otro palestino- que descubren que fueron cambiados accidentalmente al nacer y las complejas repercusiones que enfrentan a ellos ya sus respectivas familias.
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